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Brexit
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Brexit refuerza la amnesia imperial británica

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Brexit refuerza la amnesia imperial británica
Brexit. Unión Europea. (FOTO SHUTTERSTOCK)

La historia nacional se centra en torno a la guerra contra los nazis en lugar del imperio.

Como estrategia de marca, fue lamentable. El hecho de que algunos funcionarios británicos se hayan referido a sus esfuerzos por firmar nuevos acuerdos comerciales con las naciones de la Commonwealth como “Imperio 2.0” comenzó como una broma interna. Pero la frase ha sido aprovechada por los críticos del Brexit como confirmación de que la idea está impulsada por la nostalgia del imperio.

Me parece un grave malentendido de la relación de Gran Bretaña con su pasado. En lugar de estar obsesionados por el imperio, los británicos han optado en gran medida por enviar la experiencia imperial al “agujero de la memoria” de George Orwell. La mayoría de los británicos, incluyendo a los principales políticos, desconocen profundamente la historia imperial del país.

Sin embargo, esta amnesia imperial tiene una influencia crucial sobre el Brexit. Demuestra que los partidarios principales del Brexit y los defensores de “Gran Bretaña global” no entienden el pasado, lo cual tiene consecuencias peligrosas para el futuro. Hablan cariñosamente de regresar a la vocación histórica de Gran Bretaña como una “gran nación comercial”, cuando en realidad era una gran nación imperial. Esta importante distinción conduce a un exceso de confianza en la facilidad de recrear un destino comercial global, en un mundo en el que Britania ya no gobierna las olas.

En la era imperial, Gran Bretaña tenía la costumbre de entrar por la fuerza en los mercados globales. La Compañía Británica de las Indias Orientales optó por la guerra cuando sus privilegios comerciales se vieron amenazados y terminó extendiendo su dominio sobre la mayor parte de India. Y cuando China intentó detener el comercio del opio en el siglo XIX, Gran Bretaña optó nuevamente por la guerra, hundiendo la flota china y obligando a la dinastía Qing a ceder Hong Kong.

La ignorancia de los británicos de su propia historia imperial es capturada por un pasaje de la autobiografía de Tony Blair. El ex primer ministro señala que cuando el Reino Unido devolvió a Hong Kong a China en 1997, Jiang Zemin, el presidente chino de la época, sugirió que Gran Bretaña y China podrían ahora dejar atrás el pasado. El Sr. Blair admite que: “En ese momento, tenía sólo una comprensión limitada e incompleta de lo que era ese pasado”.

Pero mientras que la élite británica puede haber olvidado en gran parte su propia historia imperial, los países que Gran Bretaña considera cruciales para su futuro como una nación comercial decididamente no lo han hecho.

Shashi Tharoor, jefe del comité de asuntos exteriores del parlamento indio, acaba de publicar un crítico relato del gobierno imperial británico en India, ‘Inglorious Empire’ (Imperio Ignominioso). Aquellos británicos que hablan con confianza sobre cómo los “lazos históricos y culturales” de Gran Bretaña con India harán que sea fácil entablar un nuevo acuerdo comercial deben leer el libro del Sr. Tharoor. Les convendría ver el mundo a través de los ojos de las superpotencias económicas emergentes del siglo XXI — India y China — países colonizados o derrotados por Gran Bretaña; que, consecuentemente, albergan sentimientos decididamente ambivalentes hacia el Reino Unido.

La vaguedad británica sobre el pasado imperial del país refleja la historia que se enseña en las escuelas y universidades. Los currículos estándar enfatizan la historia política británica y el desarrollo de la democracia parlamentaria. En cuanto a las interacciones de Gran Bretaña con el resto del mundo, los estudiantes aprenden sobre las guerras contra Napoleón y Hitler, pero muy poco sobre el imperio.

Para un historiador marciano lo más interesante de la historia británica moderna seguramente se centraría en el país que construyó un imperio mundial masivo. Pero para los propios británicos, formular la historia nacional en torno a la guerra contra los nazis — en lugar del imperio — tiene un objetivo psicológico. Ha permitido a Gran Bretaña formar una imagen nacional como defensores de la libertad y de los indefensos valientes en lugar de una imagen como opresores imperialistas.

El hecho de que la victoria en la segunda guerra mundial y la decadencia del imperio más o menos coincidieran también fue útil. La victoria en Europa fue un momento de triunfo nacional que amortiguó el golpe psicológico de la pérdida del imperio. Todos los formadores de opinión británicos tienen 1945 estampado en su memoria como el año que marcó la victoria en Europa. Pocos podrían decir que 1947 fue el año de la independencia de India.

La victoria en dos guerras mundiales también ha consolidado el papel del parlamento como símbolo de la nación y de la libertad. Fue desde el piso de la Cámara de los Comunes que Winston Churchill hizo su famoso voto por “luchar contra ellos en las playas”.

La narrativa que la élite británica reverencia es la historia del parlamento: Oliver Cromwell, William Gladstone, los grandes actos de reforma, etc. La impresión mental de esto en los políticos británicos modernos se refleja en la decisión astuta de llamar al proyecto de ley del Brexit “la Gran Ley de Derogación”, que presumiblemente es una referencia deliberada a la Gran Reforma de 1832.

Si la primera ministra Theresa May quiere realmente forjar un futuro para una “Gran Bretaña global”, podría considerar cambiar la narrativa que se enseña a sus ciudadanos. Sería útil que los futuros políticos británicos comprendieran la importancia no sólo de 1939, año en que estalló la segunda guerra mundial, sino también de 1839, año en que estalló la primera guerra del opio.

No obstante, sería injusto decir la clase dirigente británica ha olvidado por completo a los grandes constructores del imperio del pasado. Palmerston, que fue el primer ministro en la época de la segunda guerra del opio en la década de 1850, todavía se recuerda en el Ministerio de Relaciones Exteriores. El gato de la oficina lleva su nombre.

Por Gideon Rachman (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved

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