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Cómo el coronavirus está transformando la política democrática

La conclusión superficial es que esta crisis será un regalo para los populistas y para los autoritarios

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Cómo el coronavirus está transformando la política democrática
El coronavirus afecta las economías. (FUENTE EXTERNA)

El Estado está de vuelta. Viva la globalización. El coronavirus está transformando la política democrática. Los caminos para salir de la crisis les presentarán a las democracias liberales la opción de escoger entre el nacionalismo autoritario y un orden global abierto basado en la cooperación entre los Estados.

Al ver a las naciones sellando sus fronteras y a los gobiernos asumiendo poderes draconianos para combatir el COVID-19, la tentación es anticipar lo peor. Pero si comparamos las desalentadoras actuaciones del presidente estadounidense, Donald Trump, con la informada habilidad política del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, podemos ver razones para sentir optimismo. La aptitud se aprecia claramente en los momentos de crisis.

Para los políticos, todo menos el coronavirus es actualmente trivial. Sean de derecha o de izquierda, sean cuales sean sus plataformas electorales, promesas o programas de gobierno, la generación actual de líderes políticos será juzgada por su manejo de la pandemia. Puede que uno o dos pasen desapercibidos, pero las emergencias en esta escala no dejan muchos escondites para los mentirosos y para los charlatanes.

El regreso del gobierno al centro del escenario marca el final de una era en la que el poder y la responsabilidad habían migrado de los Estados a los mercados. La respuesta a la pandemia ha visto a los líderes democráticos asumir poderes que sólo se utilizan en tiempos de guerra. La pandemia no fue consecuencia de la globalización o del capitalismo. Pero ha expuesto las limitaciones de los mercados sin restricciones; sólo hay que observar la competitiva licitación por los escasos recursos en el sistema de salud estadounidense.

La crisis ha acabado con otras ortodoxias. Ver a los gobiernos arrojándole billones de dólares a la lucha para evitar el colapso económico es apreciar cuán absurda era la preocupación de las recientes décadas con los presupuestos equilibrados, con los déficits públicos y con la proporción de deuda frente al producto interno bruto (PIB). Por supuesto, los gobiernos deben establecer límites sostenibles en relación con el gasto y con el endeudamiento, pero la era del fundamentalismo fiscal ha pasado.

La ‘cuenta’ final por la derrota del coronavirus será colosal. En algún momento, las deudas tendrán que pagarse. Sin embargo, con suerte, el contexto será una discusión racional y un reequilibrio de las respectivas responsabilidades del gobierno, de las empresas privadas y de los ciudadanos.

El colapso financiero de 2008 fue una oportunidad perdida para cambiar. El resultado fue un creciente descontento público y la propagación de enfurecidos populismos de derecha y de izquierda. El coronavirus no deja espacio para vacilar por segunda vez. Los votantes de la mayoría de las democracias avanzadas están pagando un precio reflejado en los débiles sistemas de salud resultantes de la devoción ideológica a la economía de pequeños Estados y de bajos impuestos. Los mercados liberales tienen un futuro a largo plazo sólo si dependen del consentimiento político.

La conclusión fácil es que la pandemia demostrará ser un regalo para los populistas y un preludio del abrupto desplazamiento hacia el nacionalismo autoritario. El regreso del Estado puede servir como prueba de que los populistas siempre tuvieron la razón en cuanto a las élites globales. Las fronteras cerradas representan la única protección contra el mundo exterior. Los poderes que los Estados ahora han asumido para combatir la pandemia se ajustan a la preferencia del público por la seguridad en vez de por la libertad.

Las campañas de desinformación conducidas por el régimen de Vladimir Putin en Moscú promueven un mensaje como éste. A la pandemia se le presenta como el producto del decadente capitalismo occidental, una crisis nacida del ilimitado globalismo y de la debilitada democracia occidental. El relativo éxito de los regímenes autoritarios en vencer el brote evidencia su innata superioridad sobre las democracias liberales del Occidente.

La narrativa tiene una atracción superficial. Los cierres draconianos ordenados por el presidente de China, Xi Jinping, indudablemente ayudaron a controlar el brote inicial. Beijing ahora está relajando las restricciones. El inconveniente es que el mismo absolutismo político proporcionó el incentivo para que los funcionarios chinos ocultaran los primeros casos. En cuanto a las afirmaciones de Rusia de su propio éxito, éstas todavía están por confirmarse. Y por supuesto, la República de Corea ha demostrado cómo una democracia determinada y eficiente puede suprimir el virus.

En la medida en que se puede decir que algo bueno ha resultado de una catástrofe tan mortal, está la capacidad de la pandemia de restaurar el valor de la aptitud y de la honestidad en la política democrática. La delirante petulancia del Sr. Trump sobre cómo él está derrotando al virus “chino” es diariamente desafiada por la escalada en nuevos casos. Esto marca una división cada vez mayor entre la Casa Blanca y las autoridades estatales y locales — tanto republicanas como demócratas — que están enfrentando la pandemia. Las encuestas muestran que, por ahora, los estadounidenses le están brindando al presidente el beneficio de la duda. Pero la hora de rendir cuentas no se puede retrasar indefinidamente.

En Europa, los líderes políticos han recuperado la atención y, donde han mostrado control, la confianza de los votantes. Hablar de manera franca ha funcionado. El primer ministro italiano, Guiseppe Conte, el presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Angela Merkel, han recibido un fuerte apoyo público a las severas medidas para contener la pandemia.

No hay nada inevitable en cuanto a la restauración de la fe en un buen gobierno. El hecho de que la Unión Europea (UE) no haya mostrado ninguna medida real de solidaridad en apoyo de la desesperada lucha de Italia en contra del virus muestra cuán fácil es — incluso para quienes predican el internacionalismo — replegarse tras las fronteras nacionales. La convincente lógica de una cooperación global mejorada no representa una garantía de acción. Y sí, la pandemia impondrá un elevado costo en términos de pérdida de producción económica y de interrupción del comercio.

Dicho esto, el coronavirus promete abrir una puerta a la rehabilitación del gobierno; a un acuerdo político y económico más equitativo; a la restauración de la fe en la política democrática; y a la renovada cooperación global. La pregunta es si los políticos elegirán pasar por esa puerta.

©The Financial Times Ltd, 2020. Todos los derechos reservados. Este contenido no debe ser copiado, redistribuido o modificado de manera alguna. Diario Libre es el único responsable por la traducción del contenido y The Financial Times Ltd no acepta responsabilidades por la precisión o calidad de la traducción.?

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