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Debemos recuperar el control de nuestros valiosos datos personales

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Debemos recuperar el control de nuestros valiosos datos personales
Tecnologías de la información. (FOTO DE SHUTTERSTOCK.)

Esta ‘generación perdida’ ha entregado despreocupadamente su información a cambio de servicios.

El jefe de Telefónica presentó una interesante propuesta durante un desayuno reciente en las oficinas del Financial Times en Londres. Los clientes, sugirió José María Álvarez-Pallete, debieran tener control de sus propios datos. Ellos debieran poder ver cómo se están utilizando sus datos, y debieran poder llevárselos consigo al salirse del contrato con el proveedor de servicios.

La sugerencia del Sr. Álvarez-Pallete no fue trivial. Telefónica está trabajando en una plataforma llamada Aura, la cual es un espacio de datos personales que contendría todas las interacciones que un cliente tenga con la compañía. Si el cliente quisiera, por ejemplo, mostrar su calendario de pagos de facturas telefónicas a una compañía de puntaje crediticio, podría hacerlo.

A los periodistas presentes la propuesta les pareció radical. ¿Por qué desea Telefónica devolvernos nuestros valiosos datos? Nos hemos acostumbrado a tratar como algo totalmente normal la idea de que los recopiladores de datos — ya sea una compañía de telecomunicaciones, una plataforma de medios sociales como Facebook o una empresa de servicios públicos como un proveedor de electricidad — tienen derecho a la información sobre lo que hacemos, cuánto gastamos, a dónde vamos, qué vemos, la comida que comemos, qué música nos gusta o el estado de nuestra salud. En el Reino Unido, esto se ha puesto de manifiesto recientemente, y de una manera extremadamente clara, debido a la noticia de que una entidad del Servicio Nacional de Salud le entregó los datos de 1.6 millones de pacientes a DeepMind, la rama de inteligencia artificial de Google, una decisión que el regulador aseguró que “no cumplió con la ley de protección de datos”.

No tenemos la menor idea de qué datos personales poseen las compañías sobre nosotros, qué hacen con ellos o dónde los almacenan. Esto no sólo plantea interrogantes sobre la privacidad, sino también sobre la seguridad. También crea una profunda sensación de impotencia. La mayoría de la gente cree que debe tener tanto control como sea posible sobre su propiedad intelectual o sobre su ser físico. Entonces, ¿por qué debiera un tercero ser dueño de nuestros datos?

Existen, por supuesto, buenas razones por las que las compañías se resisten a devolvernos el control. Los datos de los clientes proporcionan valiosa información, la cual se puede utilizar para hacer que esos clientes sean más rentables. Ya sea en una propaganda focalizada o en una fuente de noticias personalizada, nuestros datos se manipulan para mantenernos leales a los proveedores de servicios o para tentarnos a gastar dinero.

Determinar nuestras preferencias de esta manera, sin embargo, es algo a lo que debiéramos considerar resistirnos. Es cómodo, pero peligroso, el recibir música que ya nos gusta, o noticias que queremos leer. Sería mejor, tal vez, si pudiéramos darles a las empresas nuestras preferencias, ampliando nuestros intereses y conocimiento en vez de estrecharlos para siempre.

Y para muchas empresas, la naturaleza personal de los datos de los clientes no es necesariamente su calidad más útil. Una vez anonimizados y acumulados, los datos no se pueden atribuir de vuelta a individuos específicos, pero las empresas que los recopilan todavía pueden utilizarlos para perfeccionar o desarrollar productos y servicios que se ajusten a los deseos de los clientes.

Esto pudiera proporcionar una posible vía para el control de datos futuro que complaciera a todos. Varias organizaciones, como CitizenMe o People.io, están trabajando en cuentas privadas que les permiten a individuos u organizaciones mantener sus datos en un solo lugar y elegir cuándo compartir la información con terceros. El adecuadamente llamado “Hub of All Things” (Centro de todas las cosas), o HAT, creado hace unos años por académicos en el Reino Unido, significa que tus datos personales pueden mantenerse dentro de una base de datos sobre la que tienes total control. En el futuro, podrás usar un HAT para almacenar tus palabras, tus fotos, tus ubicaciones, tu música y tus transacciones financieras — en pocas palabras, tu persona digital — e intercambiar tanto, o tan poco, de esta información como desees. Tu banco, por ejemplo, pudiera obtener permiso para entrar en tu HAT, y agrupar tus datos, una vez anonimizados, con terceros para sus propios fines.

Las nuevas regulaciones que se avecinan debieran dar impulso a proyectos como el HAT. En Europa, el Reglamento General de Protección de Datos, así como la propuesta de nueva legislación sobre privacidad electrónica, significarán que las empresas deben ser mucho más transparentes sobre los datos personales de sus clientes o de sus usuarios que mantienen y sobre qué hacen con ellos. Esto nos brinda una nueva oportunidad para recuperar el control.

Esta misma oportunidad, sin embargo, destaca las razones por las que tal vez no se aproveche. Mientras que los clientes se indignan cuando las filtraciones de datos — por decir algo, en TalkTalk o en Verizon — parecen darles el acceso de su información a los piratas informáticos, están completamente letárgicos cuando se trata de su ‘entrega’ original. Todos hacemos clic en el botón de “Aceptar términos y condiciones” sin siquiera leerlos. Existe poca presión, en cualquier parte del mundo, por parte de individuos para exigirles a las compañías que les devuelvan su información personal. No es de extrañar, entonces, que Telefónica sea relativamente inusual en proponer tal paso.

Somos la primera generación de gente que da información personal libre y masivamente a casi cualquiera que nos la solicite. Hemos permitido que la tecnología nos infantilice. Esperemos que los futuros usuarios sean adultos.

La cofundadora del HAT, la profesora Irene Ng, cree que somos la “generación perdida” en el sentido de que nuestros datos, entregados despreocupadamente a cambio de los nuevos servicios que deseamos, se pierden para siempre. Pero no es demasiado tarde para que las generaciones futuras asuman la responsabilidad y los recuperen.

Por Sarah Gordon (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved

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