Estados Unidos deja de promover la democracia en el extranjero

Donald Trump y Barack Obama comparten una reticencia de exportar los sistemas de gobierno estadounidenses.
Cada vez que Donald Trump dice algo bueno acerca de un autócrata, Washington pierde la calma. Ya sea que esté elogiando a Kim Jong Un, el dictador de Corea del Norte; a Rodrigo Duterte, el hombre fuerte de Filipinas; a Recep Tayyip Erdogan, el semiautócrata de Turquía; o al ruso Vladimir Putin, el Sr. Trump ha encontrado una manera perfecta de provocar a los globalistas estadounidenses. Siempre funciona. Di algo agradable sobre un maleante y observarás cómo todo el mundo pierde la calma. La indignación es bipartidista y abarca desde los neoconservadores republicanos hasta los humanitarios liberales. Debemos anticipar que el Sr. Trump continuará haciéndolo mientras esté vivo.
Sin embargo, él está andando por caminos muy trillados. Puede que sea peligroso comparar a Donald Trump con Barack Obama. Sería difícil encontrar dos facciones que se vilipendien más entre sí que los partidarios del Sr. Trump y del Sr. Obama. Sin embargo, ambos comparten un rasgo importante. A ninguno le gusta exportar democracia. Ambos líderes se opusieron a la invasión de Irak en 2003 liderada por EEUU. El Sr. Trump descubrió su oposición mucho tiempo después de que la invasión se llevara a cabo. Pero eso es simplemente un detalle. Él ayudó a forjar una nueva base republicana atacando a la familia Bush por sacrificar vidas estadounidenses en pos de la democracia en el Medio Oriente. El Sr. Obama pensaba lo mismo. Ambos le sacaron provecho electoral al decreciente apetito del público estadounidense por la difusión de la democracia.
Por primera vez desde que subió al poder mundial en la década de 1940, EEUU ha producido no sólo uno, sino dos presidentes consecutivos que rechazan el credo de fomentar la democracia. Sus motivos no podían ser más disímiles. El Sr. Obama se sentía profundamente ambivalente acerca de la capacidad de EEUU de implantar democracias más allá de sus costas. Él tendía a filtrar sus puntos de vista a través de la debacle de Irak. Durante cinco años consecutivos, el presidente Obama propuso recortes de gastos en el Fondo Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), un organismo que ayuda a los países a establecer la logística para la celebración de elecciones libres y justas. En cada ocasión — de manera excepcional — el Congreso republicano prefirió un número más alto. Su ambivalencia no pasó desapercibida para las multitudes de la “revolución verde” de Irán en 2009, las cuales no lograron persuadir a Washington de que respaldara su causa. Lo mismo ocurrió con los manifestantes de todo el Medio Oriente durante la desafortunada primavera árabe de la región. La indiferencia del Sr. Obama fue fruto de un estudio agónico de los pros y los contras de actuar. El desempeñó el papel de Hamlet en la democracia global.
El resto del mundo siguió adelante. En cada uno de los años que el presidente Obama ocupó el cargo, los países clasificados como “menos libres” superaron en número a los clasificados como “más libres”, según la medida anual de la Casa de la Libertad. El año pasado fue el undécimo consecutivo de disminución de la libertad global. La tendencia abarcó todas las regiones del mundo. Países como Tailandia, Venezuela y Botsuana pasaron de ser democracias a autocracias. Democracias como las de Hungría y de Polonia pasaron a ser semidemocracias. Habiéndose extendido rápidamente durante las tres décadas anteriores, el mundo entró en una recesión democrática. La pregunta es si se convertirá en una depresión.
Si el Sr. Obama era Hamlet, el Sr. Trump es el rey Lear. No le importa si otros países son democráticos. Algunos argumentarían que él es también hostil a la democracia en EEUU. Aparte de eso, el Sr. Trump claramente admira — y con frecuencia envidia — a los hombres fuertes del extranjero. Durante las elecciones, él elogió a Saddam Hussein, a Muamar Gadafi, a Vladimir Putin e incluso a Benito Mussolini, cuyas palabras él tuiteó: “Es mejor vivir un día como un león que 100 años como una oveja”. Pero éstos palidecen ante el impacto de las palabras presidenciales del Sr. Trump. Esta semana, el Sr. Trump dijo que se sentiría “honrado” de conocer al dictador de Corea del Norte, a quien describió como un “tipo inteligente”. Él ha prodigado elogios similares entre sus contrapartes en Egipto, en Turquía, en Rusia y en Filipinas. El Sr. Trump estaría entre los primeros en celebrar si Marine Le Pen consiguiera una improbable victoria en Francia el domingo.
Pero, ¿impulsará el Sr. Trump a la democracia hacia una depresión mundial? Numerosos países, como India y la mayor parte del Occidente, eligen su sistema sin importar lo que el presidente de EEUU piense. Por otra parte, en el caso del Sr. Trump, él es un perro ladrador pero poco mordedor. Lo que él dice en entrevistas improvisadas no siempre se traduce en política. Gran parte de la recesión democrática puede atribuirse al mal manejo por parte de George W. Bush de la guerra de Irak, la cual le dio mala fama a la promoción de la democracia. Del mismo modo, si China experimentara una crisis económica, algunos de los atractivos autocráticos de Beijing pudieran desvanecerse. Quizá la democracia resurgirá por sí misma.
Existen dos problemas con suponer que esto sucederá. Primero, gran parte del mundo se volvió democrático sólo debido al apoyo de EEUU. Washington apoyó a los aspirantes a demócratas en todo el mundo durante la guerra fría. EEUU también ofreció un modelo a seguir. En segundo lugar, el Sr. Trump no le da importancia. En ambos casos —promover la libertad en el extranjero y fomentarla en casa — es probable que el impacto del Sr. Trump sea negativo. Si la democracia global fuera un mercado de valores, la movida inteligente sería vender en corto.
Por Edward Luce (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved
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