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Grandes compañías tecnológicas aprovechan el confinamiento para recopilar nuestros datos

Hemos invitado a la inteligencia artificial a entrar en nuestras casas donde nuestras vidas pueden transformarse en un recurso

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Grandes compañías tecnológicas aprovechan el confinamiento para recopilar nuestros datos
La inteligencia artificial es una presencia cotidiana en los hogares. (FUENTE EXTERNA)

De la noche a la mañana, nuestros hogares han cambiado. Durante el confinamiento, nuestras cocinas, habitaciones libres, salas, espacios bajo las escaleras e incluso dormitorios se han convertido en oficinas. Quienes tienen familias jóvenes buscan tranquilidad dondequiera que la puedan encontrar, intentando dejar a un lado el desorden doméstico. Quienes tienen una conexión de banda ancha poco confiable se reúnen alrededor del rúter, la chimenea moderna. Es una nueva concepción del hogar.

Esto sucedió tan rápidamente que apenas hemos entendido sus implicaciones: les hemos abierto nuestros hogares a las grandes compañías tecnológicas. Y llegaron para quedarse.

Nuestras casas se han convertido en salas de reuniones y estaciones de trabajo. Para nuestros niños se han convertido en aulas y patios de recreo; para los estudiantes, en salas de conferencias, bibliotecas y espacios para seminarios.

Se han convertido en consultorios médicos en línea. Se han convertido en gimnasios y estudios de yoga para clases en línea. Se han convertido en nuestras tabernas, cafeterías y restaurantes cuando pedimos comida mediante aplicaciones en línea y nos juntamos con amigos para beber mediante plataformas de vídeo. Incluso se han convertido en cárceles, pues algunos reclusos que han sido liberados antes de cumplir totalmente sus condenas se encuentran en sus casas y son monitoreados mediante pulseras de tobillo.

Las grandes compañías tecnológicas finalmente han sido acogidas todas las horas del día en nuestros hogares. Tienen una oportunidad sin precedentes e inesperada para recopilar todos nuestros datos de comportamiento, nuestras conversaciones íntimas, nuestros hábitos, nuestros interiores, peculiaridades y proclividades. Nuestras vidas domésticas se han convertido en depósitos ilimitados de datos. Cada conversación y compra se ha trasladado al ámbito en línea y hemos ofrecido voluntariamente nuestro último santuario de privacidad.

Las grandes compañías tecnológicas han estado intentando introducirse sigilosamente en nuestros hogares durante mucho tiempo, pero la progresiva transformación de lo doméstico en un recurso para la inteligencia artificial ha avanzado lentamente. Al igual que Drácula o el diablo en el Fausto de Goethe, el depredador sólo puede entrar si se le invita. Y acabamos de hacer exactamente eso.

El sueño de las grandes compañías tecnológicas era la informática ubicua, la colonización del hogar y de la vida cotidiana. Los asistentes activados por voz como Alexa, Siri, Echo, Dot y los demás entraron por la puerta, con termostatos inteligentes y biometría que miden incluso nuestros patrones de sueño. Pero la pandemia de COVID-19 ha brindado el momento en que finalmente nos hemos transformado en un recurso.

Se solía decir que, si no pagábamos por un servicio, éramos el producto, pero eso sobreestimaba nuestra influencia. No somos realmente un producto, más bien un recurso natural o la materia prima para una máquina insaciable.

“Nuestras vidas”, escribió la socióloga Shoshana Zuboff, están “representadas de forma generalizada como información” que, como sabemos, es la moneda contemporánea. La Sra. Zuboff ve nuestros hogares como mercados de futuros de comportamiento para las compañías que intentan anticipar todas nuestras necesidades para poder luego vendérnoslas.

La cuarentena ya ha redefinido radicalmente nuestra relación con el hogar, de un espacio de refugio y relajación a un espacio de confinamiento y quehaceres potencialmente interminables, desde trabajar y cocinar para todos hasta proveer escolarización en casa. La ubicuidad de las plataformas tecnológicas representa una nueva etapa de nuestro sometimiento.

Y, como escribió Adam Greenfield, y ex especialista en operaciones psicológicas, el precio de la conexión es la vulnerabilidad. No conocemos el destino de nuestros datos. Las agencias de aplicación de la ley y de inteligencia podrían tener acceso al material; nuestras voces y llamadas, nuestros comentarios informales, podrían utilizarse como evidencia contra nosotros. Nuestros hogares manejados de forma digital podrían convertirse en nuestros enemigos, testificando en contra de nosotros. Y toda la tecnología puede piratearse: nuestra información de salud, que actualmente estamos obligados a compartir en línea, es valiosa. Ahora, las aplicaciones de rastreo del coronavirus formarán una capa de vigilancia totalmente nueva.

Nuestros hogares, otrora tan seguros, ahora están plagados de puntos de acceso, permeables al robo de datos y la violación mediante la información. ¿Podremos volver a cerrar nuestras puertas de la misma forma?

©The Financial Times Ltd, 2020. Todos los derechos reservados. Este contenido no debe ser copiado, redistribuido o modificado de manera alguna. Diario Libre es el único responsable por la traducción del contenido y The Financial Times Ltd no acepta responsabilidades por la precisión o calidad de la traducción.?

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