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Tren hacia Occidente proclama la ambición global de China

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Tren hacia Occidente proclama la ambición global de China
La tecnología cada día gana más terreno. (ARCHIVO)

Mientras Beijing avanza hacia el oeste, el ‘siglo del Atlántico’ le cede el paso a un nuevo ‘siglo eurasiático’.

Entre los eventos sobre los cuales se ha difundido poca información este año se encuentra la apertura de una nueva ruta de transporte de mercancías por ferrocarril. Una locomotora, tirando de vagones cargados de manufacturas chinas, partió a principios de enero de Yiwu en la provincia de Zhejiang. Unos 18 días y siete países más tarde llegó a un depósito de mercancías a casi 7500 millas de distancia en el extremo este de Londres. Todavía está por determinarse la economía de ésta, la más reciente reencarnación de las antiguas rutas de la seda. Pero eso no viene al caso. El viaje fue, por encima de todo, una declaración de la intención geopolítica de China.

En realidad, se necesitaron numerosos trenes para completar el viaje. Se tuvieron que cambiar los contenedores de carga en varios puntos para ajustarse a los diferentes anchos de la vía del ferrocarril, y luego nuevamente para recorrer el último tramo a través del túnel del Canal. No está claro cuán frecuentemente correrán los trenes, aunque el operador asegura que está ofreciendo un servicio mucho más rápido que el de por mar y mucho más económico que el de por vía aérea. Una vez al mes parece ser el primer objetivo. Otras rutas similares se abrieron hace tiempo a ciudades continentales como Hamburgo y Madrid. Londres, sin embargo, representa un premio.

Es poco probable que los trenes — siguiendo la antigua ruta de seda por Asia central, Rusia, Bielorrusia y Polonia, hasta Europa occidental — tengan un efecto decisivo en los patrones comerciales actuales. Lo importante es el impacto psicológico: una red de enlaces ferroviarios reduce la distancia entre Asia y Europa. Y eso destaca el gran diseño del mandatario chino Xi Jinping. El presidente quiere acabar con las fronteras entre los dos continentes y acercar a las ricas naciones de Europa a China.

Existe una expresión entre los involucrados en política exterior que designa al siglo XX como el ‘siglo del Atlántico’. El siglo XXI, continúa la creencia popular, pertenecerá al Pacífico. El siglo pasado vio la riqueza y el poder concentrados entre los Estados litorales del Atlántico norte a medida que Europa y EEUU se acercaba a través del océano. Pero la prosperidad y el poder se han trasladado al este y al sur. La frase ‘siglo del Pacífico’ parece capturar el ascenso de China.

Pero sólo en parte. Es cierto que el Ejército Popular de Liberación está construyendo bases militares en islas artificiales en el mar de China Meridional para expandir su alcance marítimo en el Pacífico Occidental; y, sí, China pudiera fácilmente tener una disputa con EEUU en estas aguas. Pero tales tensiones malinterpretan la ambición organizadora de Beijing. La capital está enfocando su mirada hacia el occidente más que hacia el oriente.

La gran jugada del Sr. Xi está envuelta en su idea de “Un Cinturón, Una Ruta”, la recreación de las rutas marítimas y terrestres de una era anterior a la globalización. Cuando China mira hacia el futuro, imagina una era en la que la gran masa terrestre de Eurasia se convertirá en el fulcro vital del poder global. ¿Y adivina quién será la pieza fundamental de Eurasia?

Zbigniew Brzezinski, el ex asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, quien hasta su muerte este año fue el pensador estratégico más perspicaz de Washington, ya hace tiempo había comprendido el significado de lo que él llamaba el “supercontinente axial”. Escribió alrededor de 1997: “Una potencia que dominara a Eurasia ejercería una decisiva influencia sobre dos de las tres regiones económicamente más productivas del mundo, Europa occidental y Asia oriental. Lo que suceda con la distribución del poder sobre la masa eurasiática será de importancia decisiva para la primacía global y para el legado histórico estadounidenses”.

Es fácil ver por qué el Sr. Brzezinski estaba preocupado. Eurasia representa más de un tercio de la masa terrestre del mundo y alrededor del 70 por ciento de la población global. La región alberga una gran parte de la energía del mundo y otros recursos naturales.

Para algunos, el proyecto “Un Cinturón, Una Ruta” evidencia una mezcla de objetivos diferentes, algunos económicos, otros estratégicos. Por consiguiente, un ferrocarril chino a través de Myanmar proporciona una ruta hacia el mar que elimina el punto de congestionamiento del estrecho de Malaca. Un nuevo puerto en Pakistán proporciona acceso directo al Océano Índico y al Golfo. Grandes proyectos de infraestructura en Asia central y en África están diseñados para asumir el exceso de la capacidad industrial de China y para garantizar fuentes de materia prima. Beijing quiere nuevos canales de inversión para expandir su presencia en Europa.

Algunos de estos emprendimientos tienen más éxito que otros. Y Beijing no puede esperar salirse siempre con la suya. En algún momento Moscú se cansará de su lugar como socio menor en el eje chino-ruso. Además, India no será fácilmente echada de lado mientras que China se abre camino a través de Eurasia.

Pero el conjunto equivale a más que la suma de las partes. “Un Cinturón, Una Ruta” es el camino de China hacia la primacía eurasiática. Y los dioses parecen estar velando por el líder chino. El aislamiento beligerante que hace las veces de política exterior en la Casa Blanca del presidente Donald Trump le da carta blanca a Beijing.

La preocupación del Sr. Brzezinski era que, sin una estrategia para promover sus propios intereses a través del equilibrio de alianzas, EEUU cedería su poder a Eurasia a otros y, con el paso del tiempo, terminaría siendo una gran potencia, varada en su propio hemisferio. Tales cálculos geopolíticos no ocupan un lugar preponderante en la Casa Blanca del Sr. Trump. Beijing apenas puede creer en su suerte. Conforme EEUU se retira, China deja sentir su presencia. Repentinamente, el ‘siglo eurasiático’ comienza a ser plausible.

Por Philip Stephens (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved.

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