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Diferencias abismales

Queremos compararnos con Costa Rica. Los primeros votos de la segunda vuelta electoral, celebrada en ese país el domingo 1ro de abril, fueron depositados el sábado, hora centroamericana. No fue que el día anterior alguien abrió en sigilo algunas urnas y puso boletas en ellas, como podría haber sucedido aquí, sino que el primer ciudadano en votar lo hizo en el consulado costarricense en Sídney, Australia, a las 9AM del domingo, cuando eran las 5 PM del sábado en Costa Rica.

Pero lo importante no fue esa curiosidad geográfica, sino que un país pequeño con un total de apenas 3.3 millones de electores, habilitó 52 consulados en 42 países para que sus ciudadanos pudieran ejercer su derecho a elegir. Y, más impresionante aun, fue que toda esa movilización consular se llevó a cabo para permitir que votaran 31,800 personas inscritas en el extranjero, un número tan exiguo que para nosotros no hubiera merecido consideración alguna.

Igual que aquí, el documento requerido para votar en Costa Rica fue la cédula personal de identidad. Pero sucede que si alguien allá no la tenía, por causa de pérdida o deterioro, podía solicitar un reemplazo en cualquier momento, inclusive el mismo día de las elecciones.

Ya a las 8:12 PM del domingo el Tribunal Supremo de Elecciones había escrutado el 90.62% de las mesas. No hubo vigilias ante el tribunal, ni asaltos a centros de votación. El ambiente estuvo dominado por las expectativas, como es lógico, pero sin el componente de tensión traumática y las alegaciones de fraude que animan nuestros procesos electorales.

La Constitución de Costa Rica establece que en caso de que en la segunda vuelta ocurra un empate entre los dos candidatos a la presidencia, resultará electo el que tenga mayor edad. Esa disposición es aquí innecesaria. Mucho antes de que haya un empate, si la diferencia de votos es muy pequeña nadie aceptará la derrota, y nos iremos a las calles para definir quién ganó.