Identidad propia

A pesar de su gran expansión, Uber y servicios similares están aún en busca de su identidad. El objetivo original fue crear un mecanismo de organización y soporte para propietarios de vehículos que desearan ofrecer servicios de transporte en sus horas libres, con parámetros establecidos de tarifas por distancia recorrida y hora del día, sin correr riesgos manejando dinero efectivo. Los usuarios ahorrarían dinero en comparación con el costo de los taxis tradicionales, sabrían de antemano el monto a pagar, y disfrutarían de la seguridad provista por el monitoreo de su ubicación. Con ese fin se desarrollaron plataformas tecnológicas basadas en la localización electrónica, tarjetas de crédito y aplicaciones para teléfonos móviles, en adición al escrutinio y selección de los prestadores del servicio.

Los primeros problemas surgieron, como era de esperar, con los transportistas afectados por la competencia, quienes efectuaron protestas en numerosos países, consiguiendo sus propósitos en algunos casos. A continuación emergieron problemas internos con dueños de vehículos afiliados, quejosos por la imposición de tarifas muy bajas, cargos muy elevados o por carecer de protecciones sociales. Y más recientemente se enfrentan a la definición de su propia naturaleza.

La disyuntiva consiste en la determinación de si son compañías que sólo proveen una plataforma técnica que sus afiliados usan para contactar a los clientes, o si son empresas de transporte que han enrolado con ese fin a afiliados que operan bajo su dirección. Ellas alegan ser lo primero, pues usualmente no poseen vehículos ni pagan salarios. Sus antagonistas, en cambio, las califican como lo segundo, ya que su razón de ser es compartir la ganancia de la operación.

Gustavo Volmar