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Brújula al Sur, Cali, Colombia

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Brújula al Sur, Cali, Colombia

No es fácil comenzar un artículo cuando tienes la mente en blanco, estás ocupado con mil cosas y viajando. Beatriz, mi jefa, ángel de la guarda y excelente amiga, me pone un grito.

–Ya no quedan más columnas –me dice–, la última sale el sábado y sabes que me gusta tener varias por adelantado, cosa de que el diseñador las pueda ilustrar con tiempo.

Estoy en Colombia, su llamada me alarma, creía que había escrito para varias semanas. Estoy en Cali en pleno festival de teatro ‘Brújula al Sur’ como invitado y, como son los festivales, casi no tenemos tiempo para nada y los espacios que supuestamente están vacíos los usamos para socializar y conocernos.

Anoche conocí a una diva, quizás cuente eso en mi artículo, una dama de teatro que es casi leyenda. Responde al nombre de Vicky Hernández, es difícil caminar con ella, todos quieren una foto, ya no se usan los autógrafos. En su última película, “La ciénaga”, ha sido premiada como mejor actriz, pero en su papel de la madre de Pablo Escobar es como más la reconocen.

Esta mujer me cuenta que aprendió a hacer el ridículo desde muy pequeña, se refiere a actuar cuando dice esto; tenía seis años en su primera aparición. Yo le cuento de mi vida en el cine después de los 70 y se ríe. Nunca es tarde, le digo, y agrego: y lo peor de todo es lo mucho que me gusta, desearía llegar a los 100 filmando Ella hace una mueca y deja a un lado el bastón que la acompaña.

–Lo uso por precaución –me advierte cuando ve mi mirada curiosa–. Mi espalda es una ferretería, tengo clavos y tornillos que me enderezan, cuatro operaciones... –y se ríe.

Alguien nos interrumpe para un selfie, ella gustosa acepta, luego nos confesamos, yo le conté que estaba casado por casi 50 años.

–¿Con la misma?

Abrió los ojos. Asentí. Luego agregué que tenía dos hijos y cuatro nietos, ella dos y una nieta, y con gracia comentó:

–Y por desgracia ninguno se decidió por hacer dinero, uno es músico y el otro actor.

Con Vicky haré un encuentro con el público. Ella contará y yo también. Estoy nervioso pero disimulo. Entré a su página web y eran tantos los premios y reconocimientos que opté por no mencionar ninguno. Tantas las películas, obras de teatro y apariciones en televisión que me pasaría la noche solo leyendo.

–¿Qué me sugieres que haga? –le pregunto.

–Mira Freddy –me dice sin acento–, puedo hacer todos los acentos que quieras –me comenta cuando le digo que no suena colombiana–, hagamos el ridículo con altura. Improvisemos, tú eres el conductor y te sigo la línea.

Habrá un teatro lleno solo por verla, dos butacas en escena, Mango Tree es nuestro escenario al aire libre, usaremos micrófonos de cabeza. Wildemar, un joven músico, y su grupo nos servirán de fondo, ella sugiere que nos tengan una maleta llena de objetos, pero que quien la lleve no nos diga nada y que hablemos de cada uno de ellos improvisando; me atrevo. Esta columna es una especie de desahogo, ya saben que lo mío es celebrar la vida y hoy tengo la bendición de estar cerca de una gran artista colombiana y quería que ustedes lo supieran. En el público estará sentado Jorge Sabarain, el director del festival, que fue quien nos reunió y recolectará lo que irá en la maleta, amigo muy querido que confía en nuestro atrevimiento. Espero que todos disfruten, luego les cuento el resultado. Se puede ser feliz con tan poco y a los casi setenta y cinco si hago el ridículo quizás me lo perdonen...

Ilustración: Ramón L. Sandoval