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Cali es un corazón atravesado por un río

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Cali es un corazón atravesado por un río (ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL)

Diez años han pasado desde la primera vez que fui a Cali, Colombia. Este regreso prometía un reencuentro con la ciudad, con los amigos, con los recuerdos. La ciudad me sorprendió para bien, había cambiado, progresado y el mismo cansado río contaminado la atravesaba de lado a lado.

–Pase usted primero –me dijo una bella mujer en el aeropuerto al llegar, luego descubrí que no era por distinguirme sino que todos los ancianos tienen preferencia en este país. Me sentí feliz.

Esta vez viajaba como artista, como dramaturgo y como actor de cine, ¿quién me lo iba a decir? Se presentaría una obra mía en el teatro La Concha, actuaría junto a la gran dama del teatro Vicky Hernández en Mango Tree, una terraza que debe su nombre a una mata de mango que la engalana. Vicky yo improvisaríamos una conversación que al final sería un juego salpicado de poemas, canciones, historias, acompañados por Wilderman, un joven músico de mucho talento con una banda explosiva. Una tarde se presentaría la película “Mañana no te olvides” en la cinemateca Andrés Caicedo, con el anciano actor presente y luego un conversatorio sobre la misma. Yo estaba en mi salsa y, paralelamente a esto, tendría la oportunidad de ver los trabajos escénicos de amigos y compañeros de España, Venezuela, Brasil y Colombia. En las noches interminables las tertulias y encuentros, Cali con una variedad de coquetos restaurantes en su zona vieja y una sorprendente gastronomía para entusiasmar al paladar más exigente. La sorpresa del viaje fue una invitación de los amigos hermanos Piedad y Diego.

–Te queremos invitar a un lugar especial –me dijo Diego a coro con su esposa–. Es a una hora de la ciudad, pero esperamos que sea una experiencia única.

Me puse en sus manos, salimos de la ciudad y el misterio rodeaba ese paseo. Entramos a unos cañaverales y seguía intrigado, a la vera de la carretera nos detuvimos frente a una casa muy sencilla que llevaba un letrero del ReQerdo.

Diego tocó bocina y abrieron un portón. Entramos y ya nos esperaba una negra espléndida vestida con un traje largo lleno de colores y unas flores en la cabeza. Su sonrisa me conquistó de inmediato. Es una casa de familia donde ellas, su mamá y María Jimena, así se llama la anfitriona, reciben clientes que atienden solo por reservación. Un hogar restaurante sencillo lleno de detalles. Nos sentamos y comenzó de inmediato el espectáculo culinario.

María Jimena, sin perder su sonrisa ni un instante, explica cada uno de los platos.

–Tendrán tres entradas –comienza–, luego otros platos principales, este es uno de nuestros menús de degustación.

Todos los platos vienen con un maridaje de jugos. Impresionante cómo se expresa, la gracia de sus palabras, la inteligencia y coherencia de sus recetas, son las recetas de la abuela y bisabuela. Me habla de su huerto orgánico, de la finca donde tienen todas las frutas; es tal su conocimiento que de solo escucharla el apetito responde. Cada plato es un alarde de creatividad, mezclas de sabores impresionantes que solo una persona que sabe de combinaciones se atreve a hacer con éxito. A lo lejos una leve música se cuela por la ventana.

Al final, con los postres, aparece la madre vestida impecablemente con otro traje largo de verano, delgada, elegante, finísima, de una belleza que no han podido apagar los años. Se sienta con nosotros y nos explica cómo han rescatado las recetas y su afán por mantener la comida de sus ancestros viva, y lo hace con tal pasión y entrega que dan deseos de aplaudirla.

No tardo en aplaudirlas, besarlas e invitarlas a mi país.

–Ponga fecha –me dice con una sonrisa que conquista.

Y la puse.

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