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Como las lombrices

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Como las lombrices

6:14 a.m. –Aún no sale el sol y hace frío. Extraña sensación la de vivir en una isla y en el trópico y sentir frío. El sol aún no se atreve a salir, unas negras nubes atajan sus rayos, desde la ventana de mi habitación atisbo la oscuridad. Espero, quiero caminar por la playa y sentir el mar. A las 7:13 a.m. al fin asoma un primer rayo que se coló tímido entre las nubes. Sonrío, soy feliz como una lombriz, no sé de dónde salió esto, pero me lo repito a diario. Un día de estos voy a entrar en Google y averiguar por qué son felices las lombrices, Google todo lo sabe.

Camino lentamente, una garza con sus alas mojadas me observa desde la orilla, me le acerco pero no se inmuta, no tiene miedo y da unos pasos como demostrándome lo elegante que se ve a orillas del mar, estreno otra sonrisa.

A lo lejos diviso pescadores que se afanan por la pesca del día, Portillo sigue siendo mi paraíso privado. Desde alguna ventana se cuela un rico olor a café y el grito de un niño acabado de despertar. Camino descalzo, siento la arena en mis pies y el vaivén del mar que me acaricia.

Cuando camino solo muchas veces me doy el lujo de escuchar música, esta vez me acompaña Beethoven, lo dejo que me sorprenda, otros días menos profundos camino con Juan Luis, José Antonio, Vitico y hasta Alejandro Sanz, depende del estado de ánimo, a Sonia la pongo cuando la quiero sentir a mi lado, y les confieso que aún la lloro. Sonia tiene el poder, a través de sus canciones, de hacerme sentirla cerca y producirme cantidad de recuerdos a su lado, como la primera vez que la oí cantar en Gente, programa que junto a Héctor Herrera hacíamos a finales de los años sesenta. No puedo negarlo soy un hombre feliz, pudiera vivir de mis recuerdos si quisiera, pero al ser presentista al pasado solo acudo cuando necesito reforzar la alegría de mi presente que por momentos se me torna incómodo.

Imagino a una ballena enana que, perdida en el mar, se acerca a la orilla, le acaricio la cabeza y le indico que el resto de su familia continuó hacia Samaná; ella entiende, siempre entienden las ballenas enanas, y agradecida continúa su camino. Detrás cuatro delfines, en absoluta parranda, juguetean en la cresta de una ola; comienza a llover, primero una llovizna tímida. Me dejo empapar y aumenta mi alegría, la ruta se torna borrosa por la lluvia y el paisaje más hermoso. De mi sombrero comienzan a filtrarse unas grandes gotas de agua, arrecia el aguacero, no intento escapar debajo de una palmera; por el contrario, mar y lluvia, junto a la melodía que escucho, transforman el momento en algo inolvidable.

El sol insiste en espantar la lluvia, un arco iris comienza a formarse en el firmamento... ahora entiendo a las lombrices... son tan felices como yo.

Ilustración: Ramón L. Sandoval