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Confesiones en Uber

Soy el confesor más paciente que escucha sin inmutarse los pecados o virtudes más sorprendentes

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Confesiones en Uber
No emito juicios, solo escucho. (ILUSTRACIÓN: LUIGGY MORALES)

Tengo cara de confesor. Es imposible evitarlo, la gente, desde que tiene un chance me cuenta su historia. Me pasa en los aviones, en los bares, en los lugares menos adecuados. Nunca falta una persona que me diga... “Freddy si te cuento lo que me pasó, o quisiera tu opinión sobre, o tengo un hijo o una esposa que”, etc, etc, etc. Vivo siempre con un consejo a flor de labios para quien los quiere y para muchos, que solo quieren desahogarse, soy el confesor más paciente que escucha sin inmutarse los pecados o virtudes más sorprendentes. Soy una tumba con los secretos, porque los olvido.

No emito juicios, solo escucho. La gente tiene una inmensa necesidad de ser escuchada, de poder contar a otro el mundo en que vive, de comunicar sus ideas y, las más de las veces, necesidad de que aprueben su modo de pensar o vivir.

Cada vez uso más los medios que tengo a mi alcance para transportarme, ya casi no me gusta manejar de noche, algunas veces (antes de la pandemia) salgo tarde de Casa de Teatro y para no encontrarme con una sorpresa desagradable utilizo un taxi que es más seguro.

Ya todos usan el GPS para moverse con facilidad de un lugar a otro. A veces me tocan choferes silenciosos, pero otras algunos con la imperiosa necesidad de contar su vida, ese día Maldonado me recogió en la puerta.

-Si me permite -le digo amablemente al conductor- llevo 50 años en la misma ruta y sé por dónde es más rápido y con menos tránsito.

Maldonado contesta:

-Lo que usted diga -pero sigue auxiliándose de la voz de una mujer que brota de su celular-.

-En la esquina a la derecha y luego sube por la 19 de marzo hasta la México.

-¿50 años? ¿Y usted qué hace en este lugar? -me pregunta mirándome por el espejito retrovisor y viendo con asombro que es un anciano el pasajero.

-Trabajo aquí -respondo con orgullo.

-Bendito sea Dios -exclama asombrado, como diciendo ‘a su edad debería estar en su casa con pijama y viendo televisión’-.

Entendiendo su exclamación le digo:

-Aún a mis 76 trabajo ahora más que nunca y, ya que vamos a ser amigos en este corto trayecto, le pregunto, ¿y usted qué edad tiene?

-Sesenta -contesta con voz cansada.

-¿Hijos?

-Trece -responde rápidamente.

-¿Treceeeee?

-Nueve mujeres y dentro de poco diez.

Hago el silencio necesario para que mi de repente socio haga su declaración completa.

-¿Y cómo así?

-La primera mujer la devolví porque no era virgen y me engañó diciéndome que sí lo era. Yo no fui su primer hombre, era de un pueblo y tenía 17 años, con esa tuve mi primer hijo, que hoy vive en Europa con ella y es ingeniero. Le dije que nunca dijera que yo no había sido el primero, pero me desacreditó con un amigo confesándole que había sido el segundo y no se lo perdoné. Yo no puedo vivir solo, esa ha sido la única que he dejado yo, las demás me han dejado a mí.

-¿Y dónde radica eso de que le dure tan poco el amor? -me atrevo a preguntar.

-Soy hombre de una mujer a la vez, cuando estoy con una estoy con esa y no pienso en ninguna otra, pero se me gasta el amor parece, lo bueno es que siempre hay otra que me está esperando y nunca estoy solo.

-¿Y ahora?

-Ahora tengo una mayor que yo, una estrella, esta tiene 5 hijos y creo que será la definitiva.

Con pena llegamos a mi destino, hubiera querido seguir conversando con Maldonado, que ya en confianza me iba a revelar dónde estaba su fallo.

-Llegamos -le dije-. Muchas gracias por todo. Le deseo suerte en este nuevo amor.

-No se preocupe, que si esta no funciona, todavía hay fuerzas para seguir buscando otros amores.

Me bajé del carro con el asombro dibujado en el rostro.

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  • Vivencias

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.