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Diario de una corona

Aquí estoy, confinado en mi apartamento. El primer día no fue difícil, tenía muchas películas pendientes y terminar un libro y escribir un artículo para Estilos

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Diario de una corona
Este confinamiento me está ayudando a repensar la vida. (RAMÓN L. SANDOVAL)

Al principio no lo creí. Cuántas cosas inventan los chinos, no sé dónde leí que tiene que haber un lío con los gringos y esta es su respuesta. Estuve a punto de subirme al avión, pero las alarmantes noticias impidieron el viaje.

-Que no es nada -le dije a mi familia que, histérica, me acusaba de retar la muerte y la contaminación.

- Que a los viejos no les pasa nada -dejé caer en el almuerzo-. Ni cortos ni perezosos buscaron todo tipo de argumentos, y ganaron los chinos, no me fui.

Aquí estoy, confinado en mi apartamento. El primer día no fue difícil, tenía muchas películas pendientes y terminar un libro y escribir un artículo para Estilos.

El segundo ya comencé a sentirme raro. Mi hermana Rita, que vino por unos días al nacimiento de unos mellizos de su hijo, se quedó atrapada en la pandemia. Gracias a Dios, ella es una súper cocinera y convierte cualquier cosa en manjar divino. Sin decir nada y para mi interior, al ver que las cosas se complicaban con noticias cada vez más alarmantes, decidí diseñar un horario para no entramparme en la locura.

Hoy es mi tercera semana. Me levanto entre las 4:00 y 5:00 a.m. Salgo despacio de mi cama para no despertar a la esposa. No puedo evitar mirar por la ventana el comportamiento del barrio, ni los perros ladran, ¿sabrán algo que yo no sé? Mi primera visita es al baño, como tengo todo el tiempo del mundo, todo lo hago en cámara lenta, puede que me cepille dos veces.

Camino como un zombie al cuartito de la TV y pongo la estación española, a esa hora ellos están en noticias alarmantes, no sé por qué se me ocurre escribir una carta de despedida; insisten en que los mayores tienen más posibilidades de pasar al otro mundo.

-Qué manera tan tonta de irme -me digo-, con tantas cosas por hacer.

Me torturo por un rato y, luego de tener el espanto instalado en mi interior, solo un café me salva. Corro a la greca, la más grande, y me cuelo un espléndido café que me ayude a soportar el día que me espera. Vuelvo a mirar por la ventana, nadie aún. El sol negado a salir, como si le diera vergüenza, yo entre asustado y resignado camino lentamente a mi galería jardín y le hablo a las plantas; ellas lo entienden todo. Nora, la última en llegar, vino de Cap Cana y tiene estilo turístico, le digo que no se afane que todo va a pasar.

Tomo café, una taza, dos tazas, tres y comienzo a sonreír.

El sol sale como pidiendo permiso para alumbrar el día, el astro acostumbrado a tantas cosas no se inmuta. Mi esposa y hermana hacen su aparición, se habla de qué vamos a desayunar, de quién cocina y los planes del día, como si hubiera muchas posibilidades.

-A Freddy que no reciba visitas que el virus está en la suela de los zapatos.

Alguien llama (ayyyyyyy). Habrá oración en algún momento y mucha comunicación por el celular. A cada rato un nombre nuevo surge contaminado, el asombro lo tengo permanentemente alojado en mi cuerpo, pienso en mis padres, amigos, familia, en todo lo vivido y de repente me da la impresión de que pronto estaremos celebrando haber vencido este virus y haber aprendido a apreciar la vida en su verdadera esencia.

Este confinamiento me está ayudando a repensar la vida, a abandonar la prisa y a seguir abrazando con toda la intensidad. Tengo una corazonada, pronto acabará todo. Espero en Dios así sea.

TEMAS -

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.