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El universo de Catalina

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El universo de Catalina

–Mi muñequito favorito de Pokémon es Lukano.

–¿Cómo se escribe?

Catalina levanta la vista y mirándome, molesta por la pregunta y desconocer algo tan obvio, me lo deletrea:

–Lu-ka-no.

Intento ver un poco de televisión. Catalina, mi nieta de siete, juega con su nueva pasión, que es el celular, desde donde ha aprendido a bajar juegos, asunto que consiente su abuela. Ha descubierto el mundo cibernético. Eso no es malo, lo terrible es que me interrumpe cada dos segundos para explicarme lo que ve y lo que juega.

–¿Abuelo y dónde queda Hollywood?

–¿Hollywood? ¿Y para qué tú quieres saber?

–Quiero ser estrella de cine y hacer mis películas.

Y diciendo esto me muestra el resultado de sus primeras incursiones creativas. Me veo dormido con la boca abierta, mi barriga sobresaliendo de manera poco elegante y la risa de mi nieta de fondo mientras filma mi desparpajo. Un auténtico close up a mis dientes, más risas, luego un movimiento brusco a la panza y a un ombligo que sobresale inapropiadamente.

–¿Y esto Cata? –le digo sorprendido.

–Abuelito, eres tú –mucha risa y brincos–.

–Eso no se hace Catalina. Borra eso inmediatamente. Nadie se aprovecha y toma a una persona sin su consentimiento y mucho menos durmiendo.

Catalina desaparece corriendo con su celular amenazante. Ha dejado la pintura, profesión con la cual no hay papel en blanco que no tenga sus originales trazados, ahora todo es imagen. Muchas veces se encierra en el baño con pequeñas figuritas con las cuales juega y construye las sorprendentes historias. Catalina no lo sabe, pero su sola presencia, como la de mis otros nietos, colma de alegría mi corazón. Ella, quizás por ser la más pequeña y con la que más tengo la oportunidad de compartir, me regala con su alegría y su sonrisa un bálsamo para aliviar los embates que nos da la vida. Ver televisión a su lado es presenciar una olimpiada. Salta, corre, se acerca y se aleja de la pantalla, hace comentarios en voz alta, se ríe, me jala la barba cuando no presto atención y se despatilla cuando imita las imágenes que contempla.

–Catalina, quieta o apago la TV –le amenazo.

Se sienta un segundo y desde que me descuido una trapecista inoportuna da saltos mortales.

Estoy tratando de leer y ella, sin pedir permiso, me baja el libro de las manos.

–Abuelo yo sé francés –me dice.

–¿Y dónde aprendiste?

–Mírame.

Obedezco y, torciendo la boca y emitiendo unos sonidos divertidos, me habla.

–¿Entendiste?

–Claro que sí –le digo intentando retomar mi libro.

–¿Y qué te dije?

–Que me querías mucho.

La sonrisa que me regala es espléndida. Ella sabe que es un juego y me agradece.

–Ahora tú.

–¿Ahora yo qué?

–Habla en francés.

Tuerzo la boca e intento hacer su mismo disparatado sonido.

–¿Entendiste?

–Sí –contesta distraída.

–¿Qué te dije?

–Nada abuelo, nada. Y también hablo como los españoles –añade–, ¿quieres que te hable?

La miro y no espero respuesta.

–Abueloz, eztoy gozando pipa.

–¿Y eso qué quiere decir?

–(Risa) Eso quiere decir que estoy gozando mucho.

–Eres un gilipollas, abuelo –me grita sonriendo.

–¿Sabes lo que significa?

–No sé, abuelo, pero así hablan los españoles. Todos son muy guayyyyy...

–Ay Catalina, ay Catalina –no paro de reírme.

Ilustración: Ramón L. Sandoval.

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