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“Ella solo sale de noche”, mi película mexicana

Mi vida en el séptimo arte apenas comienza, Dios me dé vida para llegar a los 100 haciéndolo

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“Ella solo sale de noche”, mi película mexicana
Me gané el papel de anciano hippie, roquero y marihuanero, a quien la hija viene a buscar para sanar heridas del pasado. (ILUSTRACIÓN: LUIGGY MORALES)

Hace más de un año me detuvo un joven en la calle y me dijo que se había enterado de que pronto me llamarían para una película de terror. “Es mexicana”, añadió, y no hice más que sonreír. Hace tiempo que nada humano me sorprende y, como había decidido entrar al cine, una película de terror, pensé, sería una experiencia fascinante.

En el cine las cosas caminan lentamente, puede ser que tarden años en concretarse los planes, hay muchas cosas en juego, un buen guion, un director competente, el director de este largometraje, me enteré, era especialista en películas de terror. Luego, reunir el presupuesto, los actores, el equipo inmenso de gente que trabaja, nadie sospecharía el ejército que hay detrás de cada filmación.

Me gané en el casting (prueba que hacen los actores para ser seleccionados) el papel de anciano hippie, roquero y marihuanero, a quien la hija viene a buscar con marido y nieto para sanar heridas del pasado. Todo se va transformando en el desarrollo del largometraje. El papel, desde que lo leí, me enamoró de inmediato.

-Está hecho para mí -me dije, y le metí el corazón y todas mis fuerzas.

Mi hija lo hace una joven actriz mexicana, Rocío Verdejo, ya de extensa carrera en el cine; mi yerno, otro ya experimentado actor boricua-mexicano, de gran presencia en series conocidas, Luis Roberto Guzmán; y mi nieto, para mí una revelación, un adolescente talentosísimo cuya carrera comenzó cuando apenas tenía 9 años y sigue sin parar cosechando éxitos, Matías del Castillo. El director, Diego Cohen, un joven mexicano que respira, come, duerme, evacúa cine, sabe lo que quiere y domina su profesión.

En la locación habían creado un pueblo entre camiones de camerinos, carpas, plantas eléctricas y profesionales que, como hormigas, se movían constantemente armando y montando, cada uno desde su especialidad, los escenarios.

No dormí la noche anterior del rodaje, los nervios, y el saber que a las 3:00 a.m. me recogerían por mi casa me mantuvo en absoluta vigilia.

El primer día de grabación fue agotador, pensé que nunca llegaríamos al final de lo planificado. Lluvias momentáneas, mucho lodo y lo accidentado de la carretera hacían cada vez más difícil la filmación. La locación era en Pedro Brand, donde habían transformado una casa campestre en una misteriosa y enigmática mansión de vampiros.

El programa comienza cada día cuando te recogen, luego te trasladas al lugar de filmación, desayunas alrededor de 5 o 6 de la mañana, pasas a maquillaje, luego vestuario, te cablean (entiéndase, te ponen un micrófono adherido al cuerpo) y ya casi listo entras en la primera escena. El cine es el arte de la espera y la concentración. Alrededor de 20 o 30 personas te rodean. Luminotécnicos, vestuaristas, maquilladores, coordinadores, técnicos de sonido, asistente del director, director y el actor, en este caso yo, un anciano que se divierte cantidad con esta nueva profesión, espera ansioso al escuchar la voz imperiosa del director que diga “acción” y todo, hasta la cámara, se hace invisible y solo queda la magia. Cada escena debe filmarse desde diferentes planos; muy difícil que quien dirige esté complacido con una sola toma, por lo tanto los actores deben estar preparados para decir sus mismos parlamentos y ejecutar las mismas acciones cuantas veces fuere necesario.

Un día llegamos en una vieja camioneta a un paraje habitado por extraños personajes. Pasamos casi 3 horas. Una grúa, el cambio de lentes, los ángulos requeridos, conté 9 subidas y bajadas de la camioneta. Mi parlamento era muy corto, debía decir, cada vez con la misma emoción y enseñando mis dientes maquillados: “Esa señora y yo vamos al mismo dentista”. En algún momento sería chupado por una vampiresa (cuando leí el guión sentí miedo). Es la segunda vez que me matan en el cine.

Mi vida en el séptimo arte apenas comienza, Dios me dé vida para llegar a los 100 haciéndolo. Y que necesiten actores de mi edad. No siempre las historias tienen abuelos decrépitos o momias y ya de galán no me buscan. Al final del rodaje terminé platicando con acento mexicano y mi corazón gritaba: ¡Qué onda, güey! Padrísimo, ¿verdad?

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.