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Extraño despertar

En mi sueño se hablaba de la inmortalidad, sobre el cambio climático, sobre los países del tercer mundo, lugar donde ya no estábamos, yo no entendía nada

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Extraño despertar

Volví a soñar y a recordar. Cada día son más extraños mis sueños. ¿Será la cena de mangú con salami y huevos revueltos que los producen? Estaba en un lugar que no puedo definir, era como un gran encuentro de todos los países, algo así como una Cumbre. Había traductores para que todos entendieran y se comunicaran entre ellos. Los traductores estaban encerrados en una pecera, todos llevaban escafandras y bufandas fluorescentes. Muchos de los asistentes, concentrados en sus celulares, no prestaban atención a los discursos.

Al fin se había llegado a una conclusión o veredicto. Vi a muchos amigos míos que no habían sido invitados y acechaban subidos a jirafas enanas. Los que estaban en las principales mesas de dominó eran los jerarcas del mundo, algunos con pelucas, otros con chalecos antibalas, otros con helados de chocolate que chorreaban en sus cabezas.

De Latinoamérica casi todos, pero sé que faltó alguien pues una bocina lo llamaba constantemente para la votación y, según me enteré al instante, se negaba a salir del baño (detesto estos sueños, no vuelvo a comer mangú de cena); en fin, estaban los que decidían el destino de nuestra humanidad.

En el sueño se hablaba de la inmortalidad, sobre el cambio climático, sobre los países del tercer mundo, lugar donde ya no estábamos, yo no entendía nada. Además había sido invitado de manera especial. Vestía una bata blanca y me sentía muy ridículo pero no podía hacer nada, creo que tenía una velita encendida a mis pies y en ambas manos micrófonos dorados por si se me ocurría opinar. Pánico y mucha ansiedad era lo que sentía. No entendía nada, además toda esa gente que veía en noticias hablaban en mandarín, que parece era el idioma del futuro.

Una señora que conozco, que vive en los alrededores del parque Colón se puso en pie; tenía una corona de espaguetis en la cabeza y un gallo en el hombro izquierdo, y hablaba un cantonés perfecto. Yo no salía de mi asombro, hablaba sobre la fe, sobre la vida eterna. Todos la miraban atónitos, yo con mi bata blanca ahora flotaba sobre las cabezas de los reunidos como un dron. Cuando alguno de los presentes se sentía observado por mi modo avión, me sacaba la lengua. No entiendo, gente tan seria.

La doña predicaba y predicaba sin parar, de momento le vi un megáfono en la mano y otro en los pies, absurdo, pero así son los sueños. Juan Luis Guerra bailaba la bilirrubina en una esquina con 440, ¡Dios mío que locura! Algunos de los presentes bailaban con él; otros sin ningún sentido del ritmo preferían hacerle coro. Al fin quien se supone era el juez o jefe e la reunión se puso en pie, en su cabeza llevaba un ganso plateado. Los miro a todos fijamente y en un discurso que duró más de dos horas, el ganso cambiaba de color cada 5 segundos, dio la sentencia. Al fin descubrí de qué era el encuentro. Se había descubierto el secreto de la inmortalidad. Ya los seres humanos no morirían, tendrían la opción de decidir si continuaban vivos para siempre o desaparecerían.

Muchos robots aplaudieron, la mayoría traídos del Japón multilingües, había más robots que seres humanos.

La doña, que de paso se llamaba Maruja, lanzó su propuesta entre vítores. Los creyentes en una vida eterna y un cielo no tendrían que acogerse a esta nueva tendencia de los inmortales y morir dignamente de la enfermedad que eligieran y así alcanzar el cielo esperado.

Cuando acabó su brillante perorata pidió a la audiencia que de la manera más democrática levantaran la mano aquellos que seguirían su curso normal aceptando la muerte como regreso. No vi ninguna mano arriba. Desperté asustado.

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.