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Jean Vanier, una traducción libre, pero muy libre

Respiré profundo y temblándome el píloro, y no sé cuantos órganos más, seca la boca, me puse al lado del expositor y comencé a traducir

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Jean Vanier, una traducción libre, pero muy libre
Antes de iniciar la charla, mi amigo me pidió ayuda con la traducción del charlista invitado. (ILUSTRACIÓN: LUIGGY MORALES)

Jean Vanier, teólogo, filosofo, oficial de la marina canadiense, fundador del Arca. Cuando anunciaron que visitaría mi país me llené de expectativas. Jean me había conquistado cuando, leyendo sus libros, me hizo ver la presencia de Dios a través de los seres humanos menos favorecidos, aquellos que tienen una incapacidad y muchas veces son abandonados. Me acerqué al Arca y conocí a Luisito y a Unilvia, dos acogidos. Todos tenían una historia de abandono, algunos hasta vivían en condiciones infrahumanas como el caso de Luisito, que vivía debajo de un árbol y a quien mantenían vivo los vecinos que echaban comida como si fuera un animal para que se alimentara. Luisito gruñía, no podía caminar y tenía la mirada perdida. Cuando lo conocí pedí a mi Dios que se lo llevara, que no tenia sentido que alguien así pudiera vivir en esas condiciones, luego, un poco más tarde, descubrí la grandeza de esos abandonados y la capacidad que tenían para enseñarnos el verdadero amor y la presencia del Altísimo,

Jean Vanier es un hombre de casi dos metros de altura, exagero, pero muy alto, pelo blanco, camina algo encorvado, tiene la sonrisa permanente en los labios y una mirada que envuelve con su ternura.

Fui, como todos los convidados, a ese encuentro donde el invitado de honor nos hablaría de su trabajo, de cómo inició tantas Arcas en el mundo, pero lo más importante: cómo descubrió con su entrega, en los más heridos, la presencia de Dios.

Fuimos llegando poco a poco los convidados. José Eduardo, mi amigo de colegio, era junto a otros el encargado del evento. Nos abrazamos al instante, para mí una gran experiencia de conocer a esta hombre que había cambiado su vida para servir a los demás.

-¿En qué idioma hablará? -pregunté a mi amigo.

-Inglés -contestó José Eduardo y agregó-, viene una traductora.

Me senté a esperar, llegó el charlista, nos presentaron, traté de que no se notara mi emoción y admiración, y le di un apretón cariñoso de manos.

A los 5 minutos, antes de comenzar la charla, José Eduardo se me acerca y me dice al oído:

-Tienes que ayudarme.

-¿Qué pasa?

-La traductora no viene y no hay quien traduzca, hazlo tú....

-¿Yo? Estás loco, no sé tanto inglés.

-Es eso o que se suspenda ¡y mira cuánta gente vino!

Respiré profundo y temblándome el píloro, y no sé cuantos órganos más, seca la boca, me puse al lado del expositor y comencé a traducir. Había temblor al principio, pero fui cogiendo confianza. Jean hacía sus pausas para que tradujera y yo, con una seguridad sacada del mismísimo cielo, daba mi versión en español. Pasaron 45 minutos eternos, me sudaba todo, la cabeza me daba vueltas, escuché los aplausos, el charlista me abrazó y mi amigo José Eduardo se me acercó y me dijo al oído: “A la verdad que eres el mago de la osadía, me encantó tu versión en español mas que la suya en inglés”, y terminó diciendo: “ojalá nunca se entere de lo que has dicho, has dado una conferencia paralela, atrevida pero interesante”.

Encogí los hombros y comencé a reírme como loco. Dios es testigo que hice todo lo posible, solo puse un poco de brillo y algunas ideas nuevas cuando no entendía su ingles. La gente se fue maravillada. ¡¡Ay Dios!!

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.