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Freddy Ginebra
Freddy Ginebra

La epopeya de una tapa de inodoro

Iniciando las vacaciones descubrimos, en el apartamento seleccionado, que la tapa de un inodoro estaba rota y allí, sin darnos cuenta, comenzó la aventura

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La epopeya de una tapa de inodoro
Entendí que hasta que esa tapa no estuviera colocada debidamente, la tapa del inodoro iba a ser conversación obsesiva cada día. (ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL)

Agosto significa vacaciones. Todos los años hacemos un esfuerzo de irnos a la playa en ese mes. Las Terrenas es la consigna. Ese año tenía dos trajes de baño para estrenar que heredé de mi primo hermano Chepe y ese sería el rito del verano, me bañaría con su recuerdo contemplando el mar. Las vacaciones las compartimos con la familia. Catalina mi nieta se fue con nosotros una semana, pero ya ese es otro tema. Llegamos al apartamento seleccionado y mi esposa -amiga de que todo esté bien- descubrió que la tapa de un inodoro estaba rota y allí, sin darnos cuenta, comenzó la aventura.

–Vaya a la ferretería Costa y allá la encuentra –le dijo el encargado del proyecto. Conociendo a mi compañera de vida entendí que hasta que esa tapa no estuviera colocada debidamente, la tapa del inodoro iba a ser conversación obsesiva cada día. Puse mi mejor sonrisa y, luego de una inmersión exhaustiva paseándome entre inodoros y tapas, encontramos una que coincidía con la foto que mi dama tenía.

Llamamos al inodorista del complejo y, luego de una mañana intensa intentando hacer coincidir los hoyos del artefacto con los tornillos de la tapa, dijo que imposible de colocarla. Mi esposa, que jamás se da por vencida, me solicitó –como solo las esposas saben pedir– que la llevara de nuevo en búsqueda del susodicho artefacto.

–¿Serías tan amable –ella tenía la tapa inadecuada en la mano– de llevarme a cambiarla?, no funcionó la que compramos.

¿Y cómo negarme? ¡Vacaciones es perder el tiempo y soñar!

Regresamos a la ferretería. Tapa va, tapa viene. Ese no es el color, esa es demasiado grande, esa me luce incómoda. Entran dos más a dar sus opiniones, un turista francés que nos escucha y habla español con mucho acento dio su parecer mientras gesticulaba con su trasero, una señora que compraba tuercas para no sé cuál baño también, toda la ferretería opinó y regresamos al apartamento llenos de esperanza.

Apareció otro inodorista, quizás más capacitado, y luego de una cátedra de tornillos y tuercas llegó a la conclusión de que esa tapa tampoco era y que sería muy difícil encajarla. Interesante era ver nuestros rostros mientras nos lo explicaba.

Han pasado cuatro días de visitas a la ferretería, ya me he hecho amigo de las cajeras y del guardián que, de solo vernos, lanza una carcajada.

Al sexto día de investigaciones profundas, discusiones casi filosóficas sobre esa tapa y su diámetro, Bernardo y Soledad, amigos de toda la vida que estaban en la playa, nos invitaron a almorzar. La mañana transcurrió con un único tema, la tapa del inodoro. Me zambullía en el mar y los escuchaba hablando de quizás unos inodoros suecos. Bernardo, que ha viajado mucho y parece tiene vasta experiencia en estos menesteres, recomendó unos españoles que además no daban frío al sentarse. Alguien comentó que no hay nada más desagradable que un inodoro frío y que cuando él se sienta en uno frío siempre estornuda. Esa noche nos reunimos con amigos en la playa y cada uno dio su versión de sus experiencias con tapas de inodoro y hasta de viajes donde, en algunos lugares, habían tenido que cumplir con el cuerpo sin las susodichas tapas.

Hoy nos regresamos a la ciudad. El mar, como siempre mi confidente y amigo, lo sabe todo. Cada mañana al terminar mi caminata me entraba en él y le comentaba sobre el inodoro, en algún momento sentí con las olas que se reía, quizás fue mi imaginación.

Estamos en el carro felices, yo un poco quemado por el sol, la mirada más limpia, la cabeza despejada para enfrentarme a la cotidianidad cuando suena el teléfono.

Mi esposa lo toma, voy manejando. Ella comienza a reírse desaforadamente, la miro pero no puede hablar. Cuando se controla entre hipos me dice: “ha sido Bernardo para preguntarme si al fin se pudo colocar la tapa del inodoro y pidiéndome permiso para venir a estrenarlo”.

La tapa está puesta, le mandé a Bernardo un ‘safe the date’ para celebrar su sentada.

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.