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La vida se hizo para gastarla

“Yo sí había gastado mi vida, yo sí había sufrido y celebrado, me había enamorado
muchas veces”

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La vida se hizo para gastarla
Ilustración: Ramón L. Sandoval

Me desperté con un susto. Estaba soñando que me moría sanito sin un solo rasguño, sin ni una pena, sin ningún fracaso o triunfo. Fue un sueño extraño, ni siquiera me había enamorado una sola vez. Me había cuidado tanto en el sueño que, a la hora de regresar, ya muy anciano, no tenía ni siquiera recuerdos, ni buenos ni malos.

Estaba sudoroso, agotado de soñar. Miré el reloj y eran las 3:14 de la madrugada, todavía no escuchaba los motores de los repartidores de periódicos. Solo un perro melancólico y abandonado me dio señales y me recordó que estaba vivo. A pesar de la hora sentí una tremenda alegría, un inusitado deseo de celebrar, pero resistí la tentación de abrir alguna botella y servirme un trago.

Lentamente salí de la habitación y me fui al balcón. La ciudad estaba serena como pocas veces. Un silencio que invitaba a la oración. No podía borrarme del rostro la sonrisa ni la risa nerviosa. -¡Qué sueño más loco! -me dije.

La palma con la que hablo constantemente me miró sin ondearse, el cactus pareció sorprenderse con mi visita tan temprano, pero se hizo el indiferente. De lejos un camión cruzaba el elevado y algún borracho cantaba a distancia “La mesita de noche”, de Víctor Víctor, muy desentonado. Repetía y repetía las mismas estrofas sin poder salir de ellas... “por qué yo dejo mi amorrrrrr, en la mesita de nochhhhheeeeeee”.

Me dieron deseos de unirme a él, también tenía deseos de cantar, de agradecer que estaba vivo. Yo sí había gastado mi vida, yo sí había sufrido y celebrado, me había enamorado muchas veces, había fracasado y triunfado, me habían humillado y golpeado, por momentos había perdido las esperanzas de un mundo mejor y un atardecer, cuando el cielo se tiñó de rojo, había vuelto a recuperar mis deseos de soñar. Había perdido la fe para darme cuenta de que sin ella me era imposible vivir, había perdido el horizonte para encontrarlo al doblar de una esquina. Claro que me iría gastado, como decía el librito, que la muerte me sorprendería agotado, agotado de vivir, de celebrar, agotado de solidaridad, de compromiso, agotado de soñar con tantas utopías, agotado de reinventar el amor cada amanecer.

-Lo lamento pesadilla -le dije al cactus que me miraba confuso, nadie nunca le había hablado- del Freddy que conoces no quedará nada más que un soplo de hombre feliz que supo que la felicidad era una decisión tomada a tiempo a sabiendas de que vivir no es fácil.

Regresaré contento porque, si existe el cielo, ya de alguna manera lo comencé a vivir en este paraíso valle de lágrimas, porque con los años aprendí que el cielo y el infierno estaban dentro de mí, aprendí con lecciones difíciles que tendría que ser cuidadoso. Aprendí que las mayores alegrías serían las que lograría por mí mismo.

Miré el reloj, las 4:22 a.m. Puse la greca azul que tanto me gusta y, cuando estaba ya casi listo para encender la hornilla, decidí no hacerlo y volver a la cama y esperar el día arropado esperando que el sol se derramara sobre mi cama a través de la ventana y, una vez más, al despertar no recordara lo soñado.

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.