Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
columnistas

Mañana no te olvides

Expandir imagen
Mañana no te olvides

Ese es el título de la película que acabo de terminar. Soy actor de cine, ¡¡al fin!! Cuando tenía más o menos doce años soñaba con ser actor de cine; durante la primera infancia me veía como vaquero a lo Hopalong Cassidy, una serie de TV muy popular en los años cincuenta; luego, y por qué no, un Tarzán dominicano que trepaba a los árboles y se tiraba de uno a otro persiguiendo a su Jane; pero a los doce estaba seguro de que alguien me descubriría, entraría al mundo del cine por la puerta grande y sería un dominicano del cual mi país estaría orgulloso. En secreto, y cuando no había nadie alrededor, ensayaba el grito de Tarzán. Nada. No pasó nada, fui discretamente a unos castings y ni me miraban. Es más, me llamaban para que buscara otros talentos, pero a nadie se le ocurrió ofrecerme papel alguno. En este desierto emocional me conformé con hacer teatro, así que tuve que hacer mi propio teatro; o hacer televisión, y también me inventé mi propio programa...

Pasaron sesenta años, estoy en un centro comercial un sábado escapando de la rutina; me tomo un café en uno de esos lugares de encuentro donde entre el ‘cómo estás y qué bien te ves’ disfrutas y pierdes el tiempo, cuando un director de cine, José Pintor –lo conocía, pero no éramos amigos– se me acerca y me dice:

–Tengo un guion que me gustaría que usted leyera.

Lo miro entre asombrado y desconfiado.

–¿Me puedes decir dónde te lo envío? –continúa el director.

–A mi correo electrónico –disimulo mi nerviosismo, llevo tanto tiempo esperando que no puede ser verdad.

–¿Y de qué trata? –pregunto tratando de lucir profesional.

–Es la historia de un anciano (aquí tuerzo la boca, parece que se nota mucho que ya soy un anciano) –él no se inmuta– que tiene alzhéimer y la relación con su nieto con síndrome de Down.

Algo se ilumina dentro de mí pero no me quiero hacerme muchas ilusiones

–Mándamelo, prometo leerlo (aquí me doy cierta importancia, si he esperado 60 años para mi debut en el cine es lo menos que puedo hacer).

El guion llegó esa noche pero no lo leí, confieso que me dio miedo. ¿Atreverme yo a estas alturas de mi vida a hacer un papel protagónico en una película? Estoy loco.

Dos días después el insistente hombre de cine me llama y me pregunta que qué me pareció, le contesto que nos reunamos para hablar en Casa de Teatro y ver si lo puedo hacer. Leo el guion, me enamoro del papel y, cuando nos vemos, con miedo le digo que sí.

–Una sola cosa –le advierto– si en los ensayos te das cuenta de que no soy ese personaje me lo dices que me voy a mi casa, no quiero hacer el ridículo en la gran pantalla.

Pinky, así le dicen, me mira y me lo jura.

Estoy en una carretera de circunvalación. Hacemos la foto de promoción de la película, me rodean cantidad de personas, maquillistas, fotógrafos, vestuarista, etc. Estoy abrumado, Brad Pitt es nada a mi lado. Guillermo Finke, quien hará de mi nieto, me acompaña; al fin nos conocemos y surge un amor instantáneo entre nosotros, desde ya soy su abuelo y él es mi nieto.

Nos subimos a una Harley, nos dan las indicaciones, el director cuida todos los ángulos, dirige al fotógrafo, me secan el sudor constantemente, una sombrilla nos cubre del sol, dos policías cuidan el tráfico, me siento realizado, ya sé lo que sienten las estrellas, soy al fin el Marlon Brando dominicano, ¡se me dio!

–Sonrían –grita el director– ustedes son felices. Otra vez, otra vez, que se note en sus rostros la experiencia que viven.

Obedecemos mi nieto y yo, somos estrellas.

Una camioneta llena de obreros pasa a nuestro lado, se detiene y curiosea. Y escucho la voz del chofer cuando dice:

–Bajen a ese viejo de m... de esa Harley pa’ que no se mate.

Mi vida en el cine acaba de comenzar.

Ilustración: Ramón L. Sandoval