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Operación Gibara

Organicé el viaje lo mejor que pude, iría a La Habana, tomaría otro avión a Holguín y allí habría una persona que me trasladaría a la ciudad del festival

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Operación Gibara
Este festival, que celebra su 15 años, se ha ido convirtiendo en un referente del cine mundial en Cuba. (ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL)

Gibara?
–¿Y dónde queda eso?
Jorge Perugorría, el actor y director de cine cubano famoso por sus tantas películas, procede a explicarme.
–Allí celebramos nuestro festival de cine pobre y queremos que vengas como jurado este año.

No lo pensé dos veces y confirmé. Este festival, que celebra su 15 años, se ha ido convirtiendo en un referente del cine mundial en Cuba. Cada año se congregan grandes cineastas y películas de todos los continentes. Organicé el viaje lo mejor que pude, iría a La Habana, tomaría otro avión a Holguín y allí habría una persona que me trasladaría a la ciudad del festival.

El vuelo a Cuba sale a las 7:20 a.m., y cuando los vuelos son tan temprano apenas puedo dormir.

En el aeropuerto Joaquín Balaguer me encuentro con Fuster, artista plástico cubano que tiene un barrio llamado Jaimanitas lleno de sus esculturas y muy emblemático que se ha convertido en punto turístico de la capital. Fuster es una especie de Gaudí del Caribe. Intercambiamos alegrías y nos prometimos nuevos encuentros.

Al llegar a La Habana ya me esperaban Ramón y Nancy, mis hermanos cubanos; el vuelo a Holguín estaba para las 8:20 p.m. y me daba tiempo para recorrer una vez más la ciudad de Carpentier. Ya mis amigos habían planificado mis horas para sacar el mejor provecho de ellas. Visita al nuevo hotel Plakard, subida a su espléndida terraza para contemplar el Morro y la bahía, luego almuerzo en Más Habana, donde comería ropa vieja, el encuentro con el cantautor Cele Esquerre y su novia, la visita a Raúl Martín para ver su montaje de La boda de Virgilio Piñera y finalmente regresar al aeropuerto de Boyeros para tomar el vuelo a mi destino.

Cumplimos todo el programa. A las 6:00 p.m. estaba en la fila de Cubana. Ya delante de mí había un grupo de personas con inmensos paquetes de pacas de ropa, muchas de ellas envueltas en grandes bolas y bolsas. La comitiva que fue a llevarme se despide y, ya chequeado, me preparo libro en mano a esperar el llamado.

Pasa una hora y voy a la pizarra a ver a qué altura está el vuelo.

–Está retrasado -dice una señora de pelo multicolor en voz alta. Y yo que tengo tres días sin dormir –agrega seguido–. Holguín me recibirá despedazada.

El grupo de viajeros nos vamos reuniendo en un salón de abordaje de intenso aire acondicionado, todos agradecidos porque el calor ya nos estaba afectando.

Intento seguir con la lectura, pero es más divertido escuchar a quienes tengo alrededor.

De repente sale un joven alto con voz de barítono y grita:

–Pasajeros de Holguín, pasajeros de Holguín.

Corremos hacia él, su cara presagia malas noticias. Miro el reloj y ya son las 9:30 de la noche.

–El vuelo ha sido suspendido –dice–, no habrá vuelo ni mañana ni pasado, una tormenta no permite despegar a nuestros aviones.

Alguien comentó de inmediato: “esa es la arena del Sahara”, otro sin perder el humor agregó: “son cosas de Donald Trump”.

Se armó un remolino. Una señora, rosario en mano, agradece a la Virgen del Cobre, patrona de Cuba, pues presentía que algo malo nos iba a suceder.

–Amén, amén, amén –repite con los ojos cerrados.

–Un autobús llegará en más o menos tres horas a esta terminal para los pasajeros que quieran irse hoy –continúa el representante de Cubana.

–¿Qué tiempo hay de aquí a Holguín? –me atrevo a preguntar.

–Son solo doce horas –hago una mueca.

–Es que la isla es tan larga como su cara –me contesta el empleado.

La doña a mi lado me aconseja:

–Váyase a su casa que usted con esa edad y mala circulación no le conviene tantas horas metido en un bus. Yo a su edad ni se me ocurriría viajar –deja caer lastimosamente.

No hago comentarios, parece que el deterioro se me nota demasiado. Llamé a mi ‘asere’ Ramón y le informé que esa noche tendría un huésped en su casa, que me preparara la cama y viniera a buscarme, mi amigo por toda respuesta brincó de alegría.

La operación Gibara apenas comenzaba.

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.