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Casi mil pesos por un potecito de agua con sal

Este escrito tiene dos finalidades: desahogarse por el abuso y reflexionar sobre el alto costo de los medicamentos en este país y la falta de control en los precios de venta

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Casi mil pesos por un potecito de agua con sal
Hay muchas cosas que deben cambiar en este país. (RAMÓN L. SANDOVAL)

Disfruto, a Dios las gracias, de una salud de hierro. Salvo unos cuantos renegados chichos, con los que no me quedó más remedio que hacerme íntima, no sufro de nada. Todo en mi cuerpo funciona como debe, excepto mi ojo izquierdo.

Con un afán obsesivo por hacerse notar, mi ojo izquierdo lleva dos cirugías en trece meses que revistieron de cierto cuidado. Nadie que lo ve piensa que ha sido capaz de dar tanta carpeta.

Posterior a la segunda cirugía, en el chequeo rutinario post quirúrgico, mi médico me advirtió de un edema y me recetó unas gotas que debía administrar cada dos horas sobre el ojo operado. Corrí con mi hija a la farmacia, pasé la indicación y me entregaron un potecito minúsculo. Me facturaron 975 pesos.

Comencé el tratamiento con las microgotas. Cada dos horas daba brincos por toda la casa por el escozor que me provocaban. Llegué a pensar que era una reacción alérgica al precio pagado hasta que mi hija, que me oye despotricando, pregunta la razón del griterío.

Le digo, con el ojo como una cereza, que chequee cuál es el componente activo del medicamento, pensando que debía ser por lo menos una mezcla de azufre con salsa tabasco. La respuesta me dejó casi tuerta y patidifusa: agua con sal.

Cuando me recupero del estupor, le pregunto con mi mejor tono de madre que si es loca que se está volviendo. Ella, con su mejor tono de estudiante de término de medicina, me pregunta si yo recuerdo lo que es el cloruro de sodio al 5%.

Le arranco el mini frasco y con la visión que me queda en el ojo derecho logro verificar que efectivamente la medicina que me estaba “salvando” no era otra cosa que agua con sal. La misma por la que había pagado casi mil pesos dominicanos.

Entre el pique y la risa, asumí que la sal debía provenir de unas montañas del Himalaya y el agua de un pozo del polo norte extraída por una tribu de esquimales con métodos artesanales, porque fuera de eso, no existe razón científica ni lógica para envasar 2 cc de agua con sal y cobrar ese dinero. Aun la vendan a 200 pesos, el margen de contribución es enorme y se benefician todos los de la cadena.

Puedo entender, racionalmente, que un laboratorio deba recuperar los años y recursos invertidos en investigación científica, en pruebas, en protocolos y en patentes para tratar enfermedades reales, pero en este caso, lo más científico que hicieron fue depurar dos elementos que se dan silvestres en la naturaleza, si no es que ya vienen combinados.

Este escrito tiene dos finalidades: desahogarme por el abuso y reflexionar sobre el alto costo de los medicamentos en este país y la falta de control en los precios de venta. Todos conocemos familias que hacen sacrificios inmensos para costear tratamientos de seres queridos, muchas veces sin garantía de éxito. Todos los días escuchamos quejas sobre la forma en que funcionan los seguros y la desprotección del usuario / paciente frente a los emporios económicos que manejan el negocio de la salud y los medicamentos en la República Dominicana. Y nadie hace nada.

Eventualmente mi ojo sanó y pude volver a la normalidad. De vez en cuando me encuentro con el bolso donde puse el frasquito. Inevitablemente pienso en las personas que con un sueldo básico deben hacer frente todos los días a enfermedades crónicas y tratamientos permanentes, quizás pagándolos a sobreprecio porque la cadena del negocio está blindada y nadie se va a meter en eso. Esas son de las cosas que también deben cambiar en este país.

¡Votemos! l

TEMAS -

Comunicación corporativa y relaciones internacionales. Amo la vida, mi familia y contar historias.