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Entre el prigilio y el calor

Los expertos recomiendan andar con ropa ligera, ingerir mucha agua, evitar molestarse y comer sin hartarse

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Entre el prigilio y el calor

Mi amada y recordada abuela Amparo, sentada en una mecedora en Moca, siempre me recordaba que con el prigilio se nacía. La frase se repetía cada vez que, llevando vestido o trajes de falda, me encontraba mal sentada enseñando hasta la cédula. Tantos años después de su muerte, intento desentrañar de mi memoria si alguna vez me confirmó si yo había sido una de las agraciadas con ese componente genético. Debo confirmar en este punto que nunca pudieron enseñarme a sentar “como una señorita”.

Pero vamos por partes. Muchos urbanitas no conocen la palabra. Cuando nos mudamos desde el Cibao a la capital, con prigilio o sin él, fui objeto de muchas burlas (ahora bullying), porque utilizaba palabras como esa que, para los jóvenes de esa época, no eran conocidas.

Conforme al diccionario del español dominicano, el significado de la palabra prigilio es “vergüenza, sentido de la propia estimación”. Otros diccionarios la presentan como sinónimo de juicio, cordura, o de “tener cabeza”. En el lenguaje coloquial dominicano, sobre todo de la zona rural, era muy socorrido el uso de esta palabra para explicar e incluso justificar el comportamiento inadecuado de ciertas personas. Creo que ahí entro yo y mi mal “sentao”.

Lo anterior viene a cuento porque entre el prigilio y este calor sofocante se pierde hasta la vergüenza. No sé si porque hace algunos años pasé rodando la curva de los 40, pero parece que la temperatura de este verano va a acabar con mis mejores intenciones y adelantar mi menopausia. Ni me estoy riendo para no tener que mover muchos músculos de la cara.

Dejé de pedir disculpas por llegar brillosa y con los cabellos recogidos a los lugares, a pesar de haber incrementado en un 40% la inversión en salón de belleza para andar “presentable”. Todas estamos iguales, hasta las que se refrescan con pañitos húmedos, esclavas del retoque.

Sueño con llegar a casa para tirarme con particular desparrame debajo el primer abanico que salga a mi encuentro. Y oro para que la luz aguante en el eterno conflicto entre generadoras y distribuidoras que tienen a un país sudoroso, de rodillas y sin solución a la vista.

Como consecuencia del calor, los niveles de tolerancia bajan al mínimo posible. Cualquier explicación de los hijos, si va a pasar de un minuto, tiene que hacerse en un área techada y con un jugo en la mano y ruéguele a Dios que no haya que correr detrás del muchacho por alguna travesura, que el castigo sale doble por el sofoque.

Los expertos recomiendan andar con ropa ligera (vaya a trabajar con eso para que lo boten de una vez), ingerir mucha agua (con envases reusables), evitar calentarse la cabeza con un pique ajeno (no conduzca a ninguna hora) y comer sin hartarse (que viva la lechuga). Todo muy bien, pero el calor no amaina y no terminan de caer dos pesos de agua que se lleven la modorra.

En lo que esperamos por el invierno, porque el otoño sin personalidad que nos toca baila pegado con el verano, será andar con un abanico a cuestas y un cartel delante colgado que diga “yo sé que no luce normal, pero tiene una explicación”, o algo así para matizar con un poco de humor este problema de hormonas recalentadas por efecto del trópico.

Esto de estar ubicados “en el mismo trayecto del sol” tiene sus obvias ventajas, solo que la playa no está lo suficientemente cerca. ¿Y tú, qué estás haciendo para defenderte del calor de este verano?

Comunicación corporativa y relaciones internacionales. Amo la vida, mi familia y contar historias.