La lección de los abuelos
Aplaudimos de pie y observamos reverentes el comportamiento ciudadano de los adultos mayores y condenamos profundamente el abuso y la desconsideración de los que “brincaron la fila” para llegar primero
Desde que inició la pandemia y se declararon los primeros casos en nuestro país ha pasado poco más de un año. En una situación inédita para los gobiernos, las “voces autorizadas” quedaron en ridículo y las grandes potencias mostraron sus verdaderos colores a la hora de distribuir vacunas y tecnología con los menos privilegiados.
Con muchísimos factores en contra, incluyendo una masa de la población que nunca le dio la gana de obedecer, nuestro país salió relativamente indemne de la situación comparado con otros. Naciones, en teoría, con mayores recursos y experiencia que nosotros, fracasaron miserablemente en dar oportuna respuesta y los fallecidos y afectados por Covid-19 se contaron por cientos de miles.
Las medidas de emergencia para prevenir el contagio, como establecer toques de queda, restringir comercio, movilidad e incluso derechos, no podían extenderse infinitamente sin que germinaran protestas sociales o provocaran el colapso de las economías. Además de que probaron ser efectivos solo cuando la totalidad de la población los acataba y por corto tiempo.
La única esperanza estaba en la vacuna y que ésta pudiera desarrollarse, probarse y aprobarse en tiempo récord para intentar devolver algo de normalidad al mundo. Cosas tan simples y vitales como abrazarnos, compartir entre amigos o llevar nuestros hijos a la escuela, se volvieron imposibles.
La vacuna no ha estado ajena a la polémica y al escepticismo de muchos. Que si fue muy rápido, que si no ha sido lo suficientemente probada, que si se hace con tejidos humanos, que si altera en ADN y viene con un chip incluido para manejarnos con tecnología alienígena. Que si todos somos parte de un plan de reordenamiento mundial...
La gente olvida que la ciencia avanza y que lo que al principio del siglo pasado tardaba años, ahora toma días. Que antes los científicos se contaban con una mano y ahora, prácticamente en cada universidad del primer mundo, funcionan laboratorios de investigación con softwares y equipos que validan miles de datos por minuto.
Nuestro gobierno compró y pagó millones por adelantado a laboratorios “serios” que han quedado muy mal. Le debemos las vacunas que tenemos a la nueva diplomacia. La mayor cantidad a un reciente aliado defenestrado que, ante la ofensa anterior, devolvió el favor con una galleta sin manos y una lección milenaria: no maltrates a un aliado porque crees que tienes un aliado mayor. A la hora de la necesidad, en política o en pandemia, no sabes de dónde vendrá la ayuda.
Y llegaron las vacunas, casi de sorpresa, para enfrentar el reto de la distribución efectiva. Despues del personal de primera línea, los siguientes convocados han sido nuestros adultos mayores. La población más vulnerable y posiblemente la que más sufrió durante este largo proceso. Aguantaron meses sin visitas, sin abrazos, sin el contacto tan necesario para su salud emocional.
Ellos vinieron a ser los conejillos de la prueba. No les importó madrugar con tal de volver a abrazar a sus hijos y nietos. Movía a las lágrimas ver a los más ancianos llegar tempranito, muchas veces con asistencia, a esperar con paciencia y sin atropellar a nadie, por la vacuna que les va a devolver las familias que el virus les alejó. Una vez más nos enseñaron con su comportamiento cívico, el valor del sacrificio, de la empatía y del desprendimiento.
La validación de la eficacia de la vacuna no vino de estudios pagados por grandes laboratorios, ni la esperanza vino contada en un reporte de CNN. Ha estado siempre en la sonrisa de los abuelos, esos que esperaron un año por un turno, que volverían a hacer filas tantas veces sean necesarias, y bajo cualquier condición, para que los que aman puedan vivir sin temor a un virus.
Aplaudimos de pie y observamos reverentes el comportamiento ciudadano de los adultos mayores y condenamos profundamente el abuso y la desconsideración de los que “brincaron la fila” para llegar primero. Ojalá que el repudio de una sociedad que los vio hacer trampas, y hacerse fotos como prueba, los persiga siempre.
Gracias, abuelos, por la lección. Los buenos dominicanos iremos cuando nos toque. Es lo menos que les debemos.