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El vinilo no se fue y ya no se irá

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El vinilo no se fue y ya no se irá

El retorno del vinilo (del que se lleva hablando toda la última década) es oficial a día de hoy; lo cierto es que nunca se fue por completo. Y las cifras lo confirman: se vendieron 45 millones de vinilos nuevos en todo el mundo tan solo el año pasado.

OK: por partes. En los últimos años, todas las voces que se alzaban en defensa del vinilo podían dividirse en cuatro grandes grupos. El primero correspondería a los melómanos de edad avanzada que vivieron la llegada del CD con la curiosidad que suscita en los muchachos de ahora la imagen de una cinta de cassette; son gente que defiende la belleza del ruidito que hace la aguja por el microsurco ante la aséptica perfección del sonido digital, total o parcialmente comprimido para eliminar impurezas.

El segundo, muy numeroso, estaría compuesto por los snobs iletrados y pantalleros que jamás compraron un vinilo para escucharlo y siempre proclaman en público que el auténtico amante de la música solo disfruta con vinilos. El tercero correspondería a los DJ, por un asunto de diversión; pinchar con vinilos hace que el ejercicio de agitar las pistas de baile adquiera una exigencia física rayana en lo olímpico. El cuarto pedazo del pastel reúne a los románticos de todas las edades que, de verdad de la buena, creen que el vinilo es lo más de lo más. Esos grupos andan algo dinamitados en 2018.

El verano pasado, Sony anunció que volvía a fabricar vinilos después de treinta años sin hacerlo, lo que genera nuevos adeptos en las generaciones poco acostumbradas a pagar por la música y que, al mismo tiempo, son sensibles ante la belleza. Los DJ abrazan en masa los vinilos digitales, un híbrido que aúna el esquema analógico con las posibilidades técnicas de los nuevos juguetes. Muchos románticos solo compran vinilos de segunda mano, porque los nuevos son muy caros; ahí se redujo el porcentaje de membresía.

El grupo de los ‘bocones’ sigue vivo, y nunca morirá; quizá mute en adoradores de la pizarra, el antepasado del vinilo, en el caso de que esos discos vuelvan a fabricarse algún día. El caso es que el retorno del vinilo (del que se habla en la última década) es oficial a día de hoy; a pesar del larguísimo hiato de Sony, lo cierto es que nunca se fue por completo. Lo que pasa es que ahora vuelve a encontrarse en las grandes superficies tras un buen tiempo circunscrito a tiendas especializadas, ferias y mercadillos.

En América, los últimos ejemplos son legión. Lo último de Justin Timberlake, ‘Man of the Woods’; el trabajo que sacó en 2017 la banda colombiana Bomba Estéreo, ‘Ayo’; lo último de Jorge Drexler, ‘Salvavidas de hielo’... del patio local, Amazon dispone en su catálogo de toda la discografía vinilera de Juan Luis Guerra, incluyendo el buscado y añorado ‘Mudanza y acarreo’. En chiquito también hay historias curiosas. Madmua Records es un ejemplo paradigmático del abrazo romántico que se dan hoy en día la onda revivalista y el impulso emprendedor actual. Este modestísimo sello español solamente saca vinilos de siete pulgadas y se dedica a rescatar bandas ibéricas de pop y rock que un tuvieron un gran impacto en su día por la precariedad de la industria nacional del disco; con el foco en los años 60 y 70, llevan dos años rescatando joyas en formato single o maxi; las historias personales que se han vivido en la consecución de esta aventura son dignas de guiones de cine, con artistas de edad avanzada que desistieron de la vida musical en aras del pragmatismo impuesto por sus familias y que, de pronto, ven reeditados sus esfuerzos en un cuidadísimo formato, con amplio libreto y difusión nacional.

Si nos ponemos técnicos, hay explicaciones fidedignas del asunto. El vinilo tiene unas limitaciones físicas que impiden una representación exacta del sonido grabado. Cuando ese sonido se almacena no hay merma, pero sí cuando se vuelca en la placa. Lo que ocurre es que para evitar las distorsiones tras la mezcla, el rango dinámico que requiere el vinilo (la diferencia que soporta entre la nota más alta y la más baja de la grabación sin que haya pérdida de nitidez) no debe excederse, lo que indefectiblemente provoca pérdidas de bajos y agudos. Así, lo que se entiende como calidez de sonido puede ser simplemente cuestión física.

Las cifras hablan. La consultora Deloitte confirmó hace unas semanas que 2017 fue el séptimo año consecutivo de crecimiento para el mercado mundial del disco, con altos especialmente significativos en Japón (irreductiblemente fanática del formato) y Reino Unido. Se vendieron 45 millones de vinilos nuevos en todo el mundo, cifra que supuso un 20% de los ingresos totales de la industria en formatos físicos. Hace apenas diez años, ese porcentaje no alcanzaba el 3%.

Yo, que pertenezco un poco a tres de los cuatro grupos arriba descritos porque bocón no soy y escucho los discos que compro, me voy a dar el lujo de volcar algunos de los álbumes que, por diversas razones (época dorada del artista, calidad de producción, diseño, ñoñería personal) prefiero poseer en vinilo. Me ciño a nuevos y viejos clásicos (no hay nada de los últimos quince años), son solamente diez y me faltan algunos, pero los conseguiré. Y claro que me dejaré muchos de sus favoritos, incluso algunos de mis favoritos, así que abro el debate para que ustedes opinen al respecto en sus tertulias estilosas, porque me consta que siempre tienen nuestra revista cerca de los corazones.

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The Beatles: ‘Revolver’. Los Fab Four desplegaron aquí todos sus revolucionarios trucos de estudio. Y está ‘Eleanor Rigby’, una canción que me vuelve loco.

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David Bowie: ‘Ziggy Stardust’. Porque lo cambió todo, porque no amarillea, porque se hizo para que sonara en el espacio exterior, rompiendo todo tipo de leyes físicas.

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Massive Attack ‘Mezzanine’. Porque fue la confirmación de una banda rompedora. Porque tiene ‘Teardrop’. Porque en ‘Teardrop’ canta Elisabeth Fraser.

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Miles Davis ‘Bitches Brew’. Robi Draco Rosa siempre lo cita como su principal motor (que no el único) para hacer música. Porque es como agua del mar que te golpea en el pecho y luego te abraza, decía Robi. Bien por Robi.

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Joy Division ‘Unknown pleasures’. La sacudida que trajeron al mundo musical los muchachos de Manchester solo es explicable conociendo el contexto y escuchando con atención.

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Lucinda Williams ‘Car wheels on a gravel road’. La gran dama de la música sureña tiene un montón de discos maravillosos. Aquí está ‘Greenville’, para elevar el listón un poco más.

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Pink Floyd ‘The Dark Side of the Moon’. Gilmour y Waters en su momento pico, con la influencia de Syd Barret todavía presente y el tamiz que derivó el caudal creativo en un sonido gigantesco.

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Led Zeppelin ‘II’. Cuando se piensa en el rock arquetípico, se piensa en Page, Plant, Bonham y Jones. Cuando se oye este disco, entiendes mucha de la música de los últimos cuarenta años.

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Robi Draco Rosa ‘Vagabundo’. El boricua sacó en 1996 el que quizá sea el disco más rupturista del rock en español, con textos inspirados en Baudelaire y una producción impecable.

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Tribu del Sol ‘Buscando una razón’. Pues sí; talentazos en torrente, canciones inmensas, una época vital muy especial para quien firma y una producción exquisita de Manuel Tejada.

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