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La felicidad del nido vacío

Que los demás no te llenen el corazón de tristeza y la cabeza de nostalgia. Esta etapa está llena de posibilidad y tiene una nueva prioridad: tú mism@

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La felicidad del nido vacío
¡Bienvenido a esta nueva etapa de tu vida! (SHUTTERSTOCK)

El estereotipo de la tristeza

Existen estereotipos que perennemente estarán grabados en nuestras mentes. Uno de ellos es la metáfora del nido que se va desocupando hasta que solo permanecen los padres, mientras sus hijos alzan vuelo una y otra vez hasta no regresar. Si esa imagen es suficiente para inspirar tristeza en ti, pues detén el violín melancólico y los recuerdos nostálgicos. Como sucede con tantos estereotipos, este también tiende a estar distanciado de la realidad.

Así como únicas son las personas, así son los núcleos familiares y las reacciones que tendrán los padres frente a la nueva independencia de sus hijos. Sin embargo, distintos estudios psicológicos y testimonios de padres revelan que esta nueva etapa no es tan triste como tiende a ser pintada en la ficción y en el boca a boca. (Tan distinta, de hecho, que los ‘empty-nesters’ Randy y Amy English se volvieron virales luego de que publicaron en Facebook una sesión de fotos -realizada por su hija Haley- celebrando su nido vacío una vez que sus tres hijos de entre 22 y 25 años zarparon del barco).

Un periodo de transición, no un trastorno

El síndrome del nido vacío es un sentimiento de dolor y soledad que experimentan los padres cuando sus hijos se van de casa por primera vez o para siempre. Para quienes se ven arropados por la tristeza, el síndrome del nido vacío podría percibirse como un trastorno psicológico. Sin embargo, según la plataforma Psychology Today, “el síndrome del nido vacío no es un trastorno clínico o un diagnóstico. Es un período de transición en la vida que destaca la soledad y la pérdida”.

Laura Pichardo, psicóloga clínica y terapeuta familiar y de pareja del Centro de Orientación Psicológica y Educativa (COPE), plantea que “durante esta etapa del ciclo vital de la familia es común que los miembros experimenten sentimientos de tristeza y abandono, miedo ante el cambio, melancolía, nostalgia, angustia e incertidumbre en cuanto al futuro”. En este sentido, dos trastornos que tienden a asociarse al síndrome del nido vacío son la ansiedad y la depresión.

“Por otro lado,” comparte la psicóloga, “algunas familias experimentan sentimientos de esperanza en cuanto a la posibilidad de que la pareja pueda reencontrarse y disfrutar de nuevas aventuras en este momento de vida en el que se encuentran. Esta etapa brinda la posibilidad de que la pareja fortalezca su intimidad y tiempo en común”.

Pichardo plantea que la transición entre las distintas etapas del contexto familiar conlleva un tiempo de ajuste y de adaptación. Al tratarse de un cambio de tal magnitud, es normal experimentar un conjunto de emociones negativas mientras se redescubre la identidad y se crea una nueva normalidad. Por eso, la terapeuta familiar nombra algunas señales de alerta para identificar si es hora de buscar ayuda psicológica.

Viene y va...

Desde el momento en que los hijos planean mudarse del nido, para algunos padres empieza a dispararse una ráfaga de sentimientos de temor y ansiedad.

Por ejemplo, para Sara, la idea de que sus hijas se irán de casa en unos meses para realizar maestrías, le inspira un sentimiento de tristeza al saber que su trío jamás será igual. Como madre soltera, no se imagina la casa sola, despojada de las risas de sus hijas y de las conversaciones que sostienen hasta la madrugada y que le roban el sueño.

Sin embargo, el sentimiento no es suficiente para causar que Sara quiera obligar a sus hijas a permanecer en el nido. Al contrario, antes de admitir la tristeza de separarse de sus hijas, es la primera en instarlas a que vuelen alto. Para ella, el potencial que ambas tienen es uno que deben explotar.

Para el padre, Bienvenido, la situación es similar y a la vez diferente. A lo largo de sus vidas, ha motivado a sus hijas a perseguir sus sueños. Como él y Sara persiguieron carreras dentro de las limitadas posibilidades de su país y de sus familias, a sus hijas siempre les motivaron a no trazarse límites y a dedicarse a sus pasiones, a aquellas actividades que realizarían aún sin recibir un salario. De esa forma, del hogar de dos ingenieros surgieron una psicóloga y una artista, con retos que sus padres no tuvieron, pero con posibilidades que sus padres no se atrevieron ni a soñar.

Sara y Bienvenido se separaron cuando sus hijas eran pequeñas, así que la experiencia de la inminente separación de las hijas es distinta para Bienvenido. Aunque estuvo presente en las vidas de sus hijas, no era parte de las pesadillas de las noches ni la preparación para el colegio en las mañanas. Para él, por encima de la tristeza de la distancia, prima la posibilidad de que sus hijas sigan desarrollándose y exponiéndose a nuevas oportunidades.

Daisy, por otro lado, fue madre soltera de su único hijo por mucho tiempo. El día en que él se iba a hacer una maestría fuera del país, la consumían el temor y la tristeza... pero nunca dejó que los sentimientos se evidenciaran en su rostro. De hecho, cuando su hijo expresó en el aeropuerto que ya no quería irse, ella puso el pie firme y sin emociones -según él- le dijo, “Usted se va”. Y desde que su hijo desapareció con su maleta empezó a llorar.

La tristeza es momentánea y pronto la vida se renueva. De repente, la emoción de Daniel ante su nueva vida -y su deseo de permanecer en el nuevo país adquiriendo nuevas experiencias- desplazó los sentimientos negativos que amenazaron con consumir a su madre mientras veía a su hijo partir. Y con su ida se creó un espacio más amplio para la Daisy que existía antes de ser “la mamá de Daniel”. Hubo un resurgimiento de la que viajaba, la que no dejaba de estudiar temas que le apasionaban, la que asistía a eventos culturales. Ella no había desaparecido, pero sí había pasado a un segundo plano. Esa Daisy había vuelto.

Ahora, unos años después, Daniel retornó a casa. La dinámica es diferente; ambos sostienen una relación nueva, más nivelada, más amistad que mamá e hijo. El cuidado se ha invertido; ahora es Daniel quien está más pendiente de las necesidades de su madre y, cuando planea viajes con sus amigos y su pareja, otorga la primera invitación a su mamá.

Inés tiene un hijo de 30 años, Fernando. Él se fue del nido dos veces: primero a los 17 años para estudiar en la universidad y luego retornó a casa antes de irse a realizar una maestría, y ya no volvió a casa. La primera vez que se fue, los sentimientos de sus padres fueron los siguientes: “A uno le da un poco de vértigo porque tiene 17 años, se va fuera del país a estudiar, pero a la vez está encantada porque es lo que el chico quiere y es algo bueno. Cuando ves que tu hijo se va por algo positivo y que le va bien, entonces está muy bien.

“A nivel personal, primero te sientes muy satisfecha. La relación cambia mucho con él porque ya estás hablando con un adulto, aunque tenga 18 años, porque vive independiente. Además, recuperas un control de tu vida y de tu tiempo que ya ni conocías. De repente descubres que están solos en la casa, felices de recuperar su agenda y su tiempo, y felices porque su hijo está bien. Sería muy egoísta pensar que tus hijos están felices, haciendo lo que quieren, ¿y tú sintiéndote mal?”.

Para Inés, la relación con los hijos se va transformando continuamente mientras estos se adentran en las distintas etapas de la vida, desde la infancia hasta la adultez. La relación actual con su hijo de 30 años es, más que nada, una relación entre adultos, una amistad en la cual ella le puede pedir consejos sobre temas económicos, por ejemplo, ya que él es el experto.

Las investigaciones también comprueban la transformación de la relación entre padres e hijos. Para los padres dedicados al hogar y la crianza de los hijos, puede que la transición sea más difícil, mientras que algunos que tenían “choques” constantes descubren que la distancia es un ingrediente endulzante en su relación. Algunos papás manifiestan que, mientras sus hijas eran más cercanas a sus madres, al irse de casa recurren a ellos para hacerles preguntas y solicitar sus opiniones sobre temas de pareja. La relación se transforma y se vuelve más cercana.

Otro elemento transformador en la relación es la tecnología y su rol como facilitador de la comunicación a distancia. Las familias de Inés y de Sara tienen grupos de WhatsApp; mientras lee los suyos, Inés expresa que la cercanía y la constancia de la comunicación hace que “sea lo mismo” que su hijo viva en otro país a que trabaje en la misma calle que ella.

Cuando conversamos sobre temas de la vida, la trayectoria nunca será lineal. Convivirán sentimientos de felicidad y de tristeza; puede que un día te consuma la paz cuando descubras que tus hijos son independientes y que pueden cuidarse solos, mientras que al siguiente día puede que añores los años en los que dependían totalmente de ti.

Son sentimientos que vienen y van; a veces resurgen y otras veces son reemplazados por unos más positivos cuando reconoces el éxito de tus hijos y te percatas de que esta nueva independencia no es solo para ellos, sino también para ti.

Los hijos bumerán y los padres helicóptero

En medio del pavor de separarse de los hijos, a veces se olvida que esta es una transición natural y que la situación opuesta es más indeseable. ¿Te imaginas un nido cada vez más lleno, pero ahora todos los pajaritos son adultos, y de repente llegan más y más pajaritos pequeños, que aprenden a volar pero que siguen retornando? ¿Qué pasará con el nido?

Inés comparte: “Tú educas a tu hijo y lo quieres, y si lo educas bien y lo quieres bien, lo estás preparando para que se vaya. Es extraño porque tú no quieres a tu pareja para que se vaya, tú no quieres a tu familia para perderlos o a tus amigos para no verles. Pero educas, preparas y quieres a un hijo de manera que logre ser independiente y que pueda irse. El fracaso es que se quede para siempre”.

Y concuerdan los expertos. En las últimas cuatro décadas, ha habido un aumento lento pero constante de adultos jóvenes que regresan a casa. Estos hijos a veces vienen acompañados de un tipo de padres: los padres helicóptero, aquellos que son tan sobreprotectores que crean en ellos una dependencia dañina. Este término surgió en el libro de 1969 llamado “Entre padre y adolescente” para describir a una madre que se posaba sobre su hijo constantemente. A estos padres también se les llama “cortacésped”. Estos derriban los obstáculos que se presentan frente a sus hijos para evitar amenazas y que sus pequeños enfrenten desafíos incómodos.

Los helicópteros abren paso a su descendencia: los bumeranes. Estos son los hijos que se van, pero siempre regresarán. La psicoterapeuta Amy Morin -autora y docente en la Universidad Northeastern- tiene una lista de sugerencias para que desarrolles en tus hijos adolescentes un sentido saludable de independencia.

La tendencia es que, cada vez más, los hijos mayores de edad permanecen en casa o retornan aún luego de estudiar en el extranjero. Y así la imagen de una madre ave mirando a sus hijos melancólicamente mientras abren sus alas y vuelan para no retornar, se desplaza por una de un ave que quiere sacar a sus hijos a patadas, mientras ellos se rehúsan a volar. Cómo se distancian los estereotipos de la cambiante realidad...

Nido vacío, oportunidades nuevas

Las amigas de María dicen que, desde que sus hijos se mudaron a realizar sus estudios de posgrado, ella es otra persona. Nunca la habían visto tan linda y por fin pudo publicar el libro que soñaba con escribir desde su juventud. Así como con la conocida metáfora del vaso con agua hasta la mitad, tú decides si ves el nido medio vacío o medio lleno. En ti está la opción de ver esta nueva etapa como un final o como una oportunidad.

Por otro lado, la psicóloga Pichardo recuerda un caso en particular: “He recibido familias que están transitando por la etapa de reencuentro. Recuerdo un caso en particular, donde los padres se enojaban cuando el hijo no iba todos los días a casa a comer. Para el hijo era doloroso no complacer a sus padres, por lo que esta situación lo afectaba en su recién iniciado matrimonio. Para esta familia era difícil aceptar la salida del hijo y darse el espacio para reconocerse”.

Christine Proulx, PhD, docente en el departamento de desarrollo humano y estudios familiares de la Universidad de Missouri, sugiere que la salida de los hijos de casa es una ventaja. Junto a su equipo de investigación, ha entrevistado a parejas cuyo hijo mayor se fue de casa recientemente y ha descubierto los beneficios del nido vacío.

En definitiva, como en toda nueva etapa, lo importante es tener una apertura a lo nuevo y permitir que tus hijos vuelen, no atarles las alas luego de que tú les enseñaste a volar. En nosotros está reconocer esta etapa como una de “libertad” para nuestros hijos y de “reencuentro” para nosotros. Si el nido está vacío, hay más espacio para volar...

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