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Abuelitos en acción

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Abuelitos en acción

Siempre se habla de los “ninis” y toda una generación de oportunidades perdidas, pero poco se dice de los miles de ciudadanos que bordean la “tercera edad”, que aún poseen fuerza, salud y ganas de trabajar y también se encuentran sentados en su casa, muchos de ellos esperando que les lleven los nietos para entretenerse algunas horas.

Conozco un par que después de dedicar más de cuarenta años de su vida a un solo trabajo, y en la tardía juventud de sus sesenta años, fueron despedidos con una hermosa placa y el monto de sus derechos adquiridos. Estos amigos afortunadamente disponen de algunos ahorros, hijos agradecidos y un par de propiedades que les permiten cierto desahogo económico, (reconozco que son los menos), pero igual sienten que pueden aportar tiempo, experiencia y conocimiento en cualquier trabajo.

Pocos son los que pueden dedicarse a las asesorías; muchos lo único que desean es un lugar donde sentirse útiles, aunque la remuneración no sea lo más importante.

Por ejemplo, en algunas ciudades de los Estados Unidos es muy común ver a los “senior citizens” realizando muchísimos trabajos en jornadas de cuatro horas. Ahí conocí a Betty, una octogenaria que vive en OshKosh, Wisconsin, que tiene toda la paciencia del mundo para explicar a gente como yo cómo se pasa la compra en una caja sin cajero. Cuando finalmente pude hacerlo, poco faltó para que me regalara una paleta y me pasara la mano por la cabeza.

Más recientemente, en México, los vi por docenas trabajando como dependientes en un conocido centro comercial en Cancún, perfectamente identificados y ofreciendo su mejor sonrisa.

Por supuesto, le pregunté a uno de ellos sobre su trabajo y me comentó que, pasados unos cinco años de aburrimiento en su casa tras un retiro forzoso, decidió inscribirse en un club de personas de la tercera edad que le permitió integrarse de nuevo en el mercado laboral. Pablo, así se llama, fue corredor de seguros muchos años, le encanta la gente y estar en la calle, por lo que no pensó en el tipo de trabajo que le ofrecerían, sino en la oportunidad de salir de su casa y compartir una conversación con desconocidos como yo.

El club les provee transporte por la mañana y los recoge al mediodía al finalizar sus cuatro horas. En la tarde vuelve otro grupo que recogen a las 6:00 p.m. El centro comercial les ofrece un salario simbólico y descuentos en compras, lo que ayuda a rendir la pensión. Me dice que hace unos meses hicieron una encuesta en el mall y resulta que lo que más apreciaron los clientes fue la presencia de los abuelos trabajando en muchos de los locales.

El caso de Pablo me puso a pensar en la cantidad de trabajos que estos “jóvenes” en la plenitud de su tercera edad pueden desarrollar en nuestro país y con muchísimas ventajas para sus empleadores.

Me encantaría ver abuelos integrados en colegios y escuelas, acompañando a los muchachos de primaria en los recreos, por ejemplo, vigilando su comportamiento, compartiendo historias y subsanando conflictos con sapiencia y experiencia. Creo que los niños se sentirían muy contentos de contar con abuelos prestados para disfrutar juntos ese tiempo de descanso y merienda. En una sociedad que pierde por minutos sus valores, ellos pueden convertirse en una reserva moral en uno de los lugares donde más se necesita: en las aulas.

Tenemos un verdadero tesoro frente a nosotros. Los abuelos son una fuerza laboral importante que languidece por falta de oportunidades. Sus habilidades y fortalezas son diferentes, pero igualmente apreciables. Quizás, y creo no equivocarme, ellos son los pilares que esta sociedad necesita para no sucumbir.

Ilustración: Ramón L. Sandoval