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Cuando de “Bonyear” se trata...

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Cuando de “Bonyear” se trata...

Hace unos días un amigo muy querido me invitó para “la zona”. Si usted, amable lector, no reside en Santo Domingo, sepa que así denominamos coloquialmente a la Ciudad Colonial, Primada de América, fundada hace más de 516 años y que aún conserva un encanto que enamora a pesar de sus numerosos y documentados problemas.

Transitar por el área implica llevar zapatos cómodos y un espíritu libre. Se prefiere a pie, para poder apreciar con los cinco sentidos sus innumerables rincones y secretos. Lo cierto es que dentro de la Zona el tiempo parece detenerse y una vez allí, debes encontrar razones para salir.

Para mí, fuera de los balcones floreados y la cacofonía interminable, lo que más me atrae de la Ciudad Colonial es su vocación socialmente inclusiva.

Uno de los lugares donde más se aprecia esa característica se ubica frente a las Ruinas de San Francisco, el monasterio más antiguo del Nuevo Mundo, cualquier domingo en la tarde. Desde hace once años, el Grupo Bonyé presenta en vivo un variado repertorio para todo el que quiera pasar un buen rato.

No hay distinción de clases sociales. La pista de baile aguanta chancletas, tacos y zapatos de dos tonos sin gritar. Admite tanto a expertos soneros graduados en el ruedo de la vida, como a un grupo de extranjeros recién llegados, a juzgar por el color aún rosáceo de sus rostros, que se atreven con un par de pasos poniendo en riesgo los pies de todos los demás. Tampoco hay obligación de consumo, no te piden carnet de membresía y, por más que busqué el letrerito, nadie se reservaba el derecho de admitirte. Es gratis y para todos.

Ese domingo, cuando fuimos a “bonyear” a la zona, el clima parecía conspirar en contra nuestra, pero al parecer al Todopoderoso le gusta el son porque a eso de las 6:00 p.m. el cielo se despejó y la música comenzó a inundar todos los recodos del lugar.

En cuestión de segundos no quedaba un espacio vacío en la pista, chancletas y tacos al centro, sombreros de ala corta y cachuchas de Los Lakers se funden con el contagioso ritmo de “Juliana”, interpretada magistralmente por una banda acoplada a la perfección desde el primer acorde.

Acomodada en un lugar estratégico que me permite bailar y espiar con libertad, sigo con la vista a un caballero de profesión motoconchista. Lo sé porque disfrutaba la tarde con su chaleco naranja, número de unidad al dorso y pareja a la cintura. No se perdió una pieza. Muy cerquita de ellos, un conocido funcionario hacía lo propio con la suya, sin escolta. Posiblemente, con Bonyé como testigo, este es el único espacio donde estos dos personajes puedan interactuar, tocarse incluso, sin que un relacionista público difunda la “conocida humildad” del ministro.

Una hora más tarde, mis pies me gritan que ya es suficiente y que aún queda mucho por caminar. Prometo volver, es imposible no hacerlo. Detrás voy dejando el sonido de la música y las conversaciones, la sana alegría de un espacio que no conoce de clases sociales y si las conoce, no le importan.

Me voy pensando que Santo Domingo necesita replicar el ambiente “Bonyé” en cada rincón del país. La igualdad social que no han logrado la democracia ni el capitalismo, lo consiguió la buena música y un ambiente sin pretensiones. Creo que mientras nos queden fuerzas para bailar y cantar tendremos esperanzas. Luchemos por conservarla.