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El encanto de envejecer

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El encanto de envejecer

Mi abuela Marina decía a los 70 que cada edad tenía su encanto. Acabo de llegar a la edad del encanto... estoy pasando los setenta y he comenzado a sentir eso que mi abuela llamaba encanto.

Se me olvida todo, y lo peor es que descubrí que si lo apuntaba sería todo mas fácil, pero una vez apuntado entonces olvido dónde lo puse.

Esto no es lo más grave, escondo dinero y vengo a encontrarlo meses después en el lugar de aquella camisa azul o verde. Con los años dormir 8 horas es el pasado. Seis como mucho y sin contar las veces en la noche donde la vejiga ha decidido indicarme que existe y me obliga a salir corriendo hacia el baño.

Comer concón imposible, el último que me comí me costó doce mil pesos destruyendo el último diente que me quedaba como señal de una juventud perdida. No entiendo de qué encanto hablaba mi abuela. Antes comía cualquier cosa a la hora que quería y ahora ya hay muchas que, de solo mirarlas, me dan escalofríos.

Cada mañana sé que estoy vivo por los dolores que estreno, que si una pierna, que la espalda, que el cuello... y ni pensar cuando tengo que salir de los carros, aquella prisa que me caracterizaba, ¡qué va!, la pierna derecha primero y luego lentamente la otra, y cuidado si lo hago rápido que un calambre me puede jugar una mala pasada.

Los encuentros con mis amigos comienzan con “¿cómo te fue con la pastilla?, ¿a que tú no sabes quién se murió?, ¿te acuerdas de Pepe, el que se sentaba siempre atrás en el curso?, le dio un derrame y ni habla, o se divorció Felipito, ¿te enteraste?”.

Ahora tenemos un reto los de esta tercera edad: los celulares inteligentes, peligrosísimos para nuestra edad, algunos hasta hablan y te dan indicaciones con una tal Siri que te hace preguntas, y no hablemos de las computadoras que según mis nietas facilitan la vida.

Tengo terror al cajero automático, ya el banco me puso en la lista negra, seis veces se quedaron con mi tarjeta; me pongo tenso, se me olvidan las claves y cuando voy a marcar las sumas siempre me equivoco, en fin, el aparato se traga la tarjeta.

Hay claves para todo y me decidí a poner una bien simple para no olvidarla, pero me la complicaron con números y letras, algunas mayúsculas y el atolladero total. Vivir se ha puesto complicado y si a la hora de viajar te piden que hagas todo a través de una máquina soy capaz de subirme al avión equivocado.

Llegar a un restaurante me pone nervioso, el menú me produce intranquilidad, debo pensar mucho antes lo que voy a comer pues de lo contrario me sube la ansiedad ante tantas opciones, soy un desastre. Me gusta comer con amigos, que ellos pidan y yo comer lo que decidan, baja la ansiedad. A mi abuela la tengo muy presente, el encanto es recordar, tener esa visión de la vida que te dan los años, amar sin intereses y muchas veces hasta que duela, abrazar con el único interés de traspasar tu alegría. Ella tenía razón, cada edad tiene su encanto y, aunque ya el cuerpo no responda igual y estemos llenos de cicatrices, mirar el camino recorrido y lo que hemos sembrado nos da la más hermosa sonrisa... nietos, hijos, algunos adoptivos... hemos vivido y entraremos a la vida eterna esperando el encuentro prometido. Mi abuela Marina me dijo un día en secreto, cuando ya casi no se le escuchaba: “No te preocupes Freddy, al final sabrás todas las respuestas, Dios es muy bueno”. Y le creí.

Ilustración: Ramón L. Sandoval.

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