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La Habana, sin darme cuenta, un domingo de febrero

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La Habana, sin darme cuenta, un domingo de febrero

La Habana es una ciudad que me desborda, fascinante. Cada vez que la visito descubro nuevos mundos y me enamoro más de ella.

Es domingo, el malecón está repleto de turistas y el tránsito por primera vez me luce congestionado. La condesa y su marido me pasean. Ramón se enorgullece mostrándome algunas altas grúas que asoman en el cielo, apuntando al futuro, mientras me comenta de los nuevos hoteles que para muy pronto aumentarán los dormitorios de la ciudad.

Un barco cargado de turistas en el muelle, el transatlántico casi parqueado en la acera, extraña sensación.

Son las seis de la tarde y un sol nervioso que se niega a retirarse se cuela en la bahía mientras los enamorados se besan y abrazan en la orilla. Diviso varios pelícanos que vuelan a su antojo, algunos aterrizando en el mar pescando algo que comer.

–Vienen desde Miami –comenta la condesa, y agrega sin respirar–, ¡estamos tan cerca!, y así mismo se van, es esta época del año donde más los vemos.

No hago comentarios y dejo que la brisa me acaricie mientas mi mirada se pierde en el horizonte. Entramos en la vieja ciudad y decidimos caminarla y contar la cantidad de nuevos restaurancitos y bares que se encuentran diseminados, cada uno con personalidad propia. De algunos brota la música en vivo, de otros las risas en diferentes idiomas. Hay curiosidad en los nuevos visitantes, en las miradas brilla el asombro, en otras la melancolía.

Un olor a tabaco, a mojito, se siente en el aire, alemanes, franceses, norteamericanos, chinos, rusos... disfrutan de este día festivo, nadie mira el reloj, ninguno atado a la computadora o al celular, La Habana es fiesta y emoción.

La ciudad se recupera lentamente, se reinventa, se levanta, se niega a morir entre los escombros, sus viejos y gastados edificios, que esconden tantos secretos, me miran indolentes, el tiempo no ha podido con ellos; mientras camino por sus calles, algunas muy gastadas y maltrechas, escucho el susurro de algunas voces ya perdidas en el tiempo... entonces mi imaginación se revolotea y sueño despierto algunas historias que se van tejiendo detrás de las grandes mansiones.

La Habana, les digo, me desborda y no puedo evitarlo, apenas he llegado y ya quiero regresar a ella.

Ilustración: Ramón L. Sandoval