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Los 100 años de Sor Eutimia

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Los 100 años de Sor Eutimia

La invitación llegó por sorpresa, luego la llamada de Miqui, la esposa del fallecido doctor Hazoury, diciendo que no podía faltar.

–100 años –grité–, ¡imposible!

Y sin darme cuenta mi cabeza comenzó a recordar el primer día en que Nosin, un hombre torbellino y apasionado, me la mencionó.

–Quiero construir un hospital para diabéticos que sea un orgullo en Latinoamérica, un lugar donde los diabéticos puedan ser servidos como se merecen y donde los pobres encuentren la solución a todos sus problemas –convencido me habló.

La primera vez que le escuché pensé que estaba loco, luego con los años me fui dando cuenta de que era un iluminado, un médico con una vocación como he visto pocas. Su fuerza era tal que contagiaba todo lo que tocaba y a todos a quienes se le acercaran.

–Hoy hablé con una monja que da la talla –me dijo–, se llama Eutimia. A ella la pondré al frente, sé que en sus manos este hospital algún día será grande. Hoy es un sueño, pero mañana será una bella realidad.

Y la conocí. Delgadita, de voz apenas audible, había vivido en África y tenía una vocación de servicio y una fe en Dios que irradiaba y contagiaba.

Los años fueron pasando, incansable la monja, siempre con una sonrisa a flor de labios, pero con una disciplina impresionante, Sor Eutimia se hacía sentir, los enfermos la amaban y ella correspondía con el mismo amor.

Mi mamá una vez trabajó a su lado e hicieron una gran amistad. Todos los que la conocían sabían de su dedicación, de su entrega absoluta y de su capacidad de trabajo.

Llega a las 7:30 a.m., recorre las habitaciones de todos los enfermos, para cada uno tiene una palabra de consuelo, habla con los médicos e intercambia opiniones, revisa cada detalle importante del hospital, conversa con las enfermeras y, cuando tiene tiempo, se va a su computadora a seguir trabajando. Hoy celebramos su cumpleaños número cien.

Sor Eutimia entra nerviosa al salón, la hemos sorprendido, un grupo de amigos y conocedores de toda su vida la esperamos, en medio del espacio un gran bizcocho, se hacen los discursos de lugar, Miqui cuenta algunas anécdotas, el director del hospital otras y ella, impasible, como si hablaran de otra persona, los escucha siempre sonriendo.

–Yo debería de estar trabajando –comenta.

Hacemos cola para abrazarla, delgadita, animosa, con una palabra especial para cada uno de nosotros.

–Sor Eutimia –le digo–, ¿se acuerda de mí?

–¡Y cómo te voy a olvidar después de tantos años juntos haciendo telemaratones para construir este hospital! Pero te has puesto muy difícil–me dice–, te pedí amistad por Facebook y me contestaron que estabas lleno y ya no cabía nadie.

La miro asombrado.

–¿Y usted tiene Facebook?

–Pero Freddy, la vida comienza a los 100. Hay que estar al día, todos los días me siento en mi computadora después de las visitas y me pongo a trabajar en ella. Las redes sociales me encantan –dejó caer–.

La abracé con fuerza, sentía que se me perdía entre mis brazos.

–¿Y cuándo va a dejar de trabajar?

–Nunca. A eso fue que vine y además me encanta lo que hago y siempre tengo mucho amor que dar a mis enfermos... Dios dirá.

Desde el cielo, Nosin se ríe a carcajadas.

Ilustración: Ramón L. Sandoval