Preguntas tontas que nos hacemos todas las mujeres

Alguien me dijo una vez que no había preguntas tontas... nunca lo creí... hay preguntas tontas. Quizás tenga algo que ver con la edad, pero mientras más palitos sumo en mi cuenta personal de años cumplidos, más tiempo paso intentando responderlas. Ciertamente no me roban el sueño, pero de vez en cuanto intento filosofar sobre ellas a ver si de tanto elucubrar descubro finalmente por dónde le entra el agua al coco.
Me siento en la obligación de aclarar que son “mis” preguntas tontas, que no tienen ningún orden ni pretenden hacer algún sentido. Para no dejarlos con la duda, improvisé algunas respuestas. No me fue difícil, todas estas “preguntas” me han ocurrido y aprendí de ellas.
• Pregunta tonta no. 1: ¿Por qué ofrecen la mejor comida cuando una está a dieta? Es inevitable, estás a dieta en serio, estás más enfocada que nunca a perder 10 libras que tienen años atormentándote y, de la nada, se multiplican los planes y las actividades con comida incluida. Tu fuerza de voluntad no estira tanto, pero no ir se consideraría un desplante. ¿Qué hacer? Ve, pero con el estomago lleno. Antes de salir come lo que incluye tu régimen. Rápidamente entra en la cartera un par de gomas de mascar o mentas sin calorías para mantener tu boca ocupada en lo que pasan las bandejas de canapés y quédate el tiempo suficiente para que te vean. Se trata de quedar bien, no de un ejercicio de masoquismo.
• Pregunta tonta no. 2: ¿Por qué ponen todo en especial cuando una está sin un chele? Es como si el universo conspirara contra ti. Tienes dos meses esperando un descuento importante y rezándole a todos los santos para que nadie se antoje del vestido de tus sueños. Tres días antes de las ansiadas “rebajas”, el mecánico dice que, o le cambias las gomas al carro, o te quedas a pie. Forzada por las circunstancias, te ves despidiendo con lágrimas ese “look” que dejaría en ridículo a JLo. ¿Qué hacer? ¡Crece! Esas cosas pasan. Aprende a diferenciar los deseos de las necesidades. Ahora bien, si eres un poco más organizada que yo, abre una cuenta de ahorros para “antojos”. Esta cuenta solo se usa en tiendas con artículos en especial. Todos contentos.
• Pregunta tonta no. 3: ¿Por qué, si sabías que la jornada laboral iba a extenderse por 12 horas, te pusiste los zapatos más incómodos del closet? ¿Me vas a decir que las piernas se te ven torneadas, que entre 40 pares esos eran los “únicos” que pegaban con el traje o que te hacen ver larguísima cuando solo mides 5’2”? Para las 4:00 p.m., después de dos presentaciones y haber caminado tres veces el ancho del edificio, los pies amenazan con explotar, tienes un dolor de cabeza que pinta migraña y se te va a partir la cara de fingir que estás bien. ¿Qué hacer? Lleva un par de zapatos adicionales, más cómodos, e intercámbialos entre las actividades. Deja tus “súper tacos” para aquellas en las que tienes que lucir y descansa tus pies con el otro par el resto del día.
• Pregunta tonta no. 4: ¿Por qué, el día en el que te haces el tratamiento más caro en el salón, o llevas el carro al car wash, llueve? Comencemos por lo segundo. No conozco ninguna mujer a la que le guste “lavar el carro”. Hablando claro, lo detestamos. Si no tenemos a alguien que se encargue de este departamento, el carro ve agua cada seis meses, cuando se nos acabaron las excusas ante el olor a gato muerto que desprende el asiento. Pero, inevitablemente, el mal día que lo llevamos, que aprovechamos para darnos un tratamiento carísimo en las puntas, cae un aguacero que deja el diluvio en llovizna. ¿Qué hacer? ¡Nada! Seguir viviendo. Parece que el karma existe...
Les advertí que eran preguntas tontas, pero a estas edades ya tengo claro que las preguntas, más que las respuestas, son las que hacen avanzar el mundo. Yo no dejo de preguntar. Tampoco dejo de sorprenderme. ¿Y tú?
Ilustración: Ramón L. Sandoval
Himilce A. Tejada
Himilce A. Tejada