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Los tapones son una bendición...

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Los tapones son una bendición...

¿De qué es que se quejan? ¿De los tapones? ¿Del infierno que es el tráfico en Santo Domingo? De vuelta a la realidad de enero y el inicio de las clases, los tapones se adueñan de las calles y de tu tiempo. He aprendido con los años a dejar de maldecirlos. Ya los veo como mis aliados necesarios... Es solo cuestión de perspectiva.

Al igual que cientos de miles de mujeres, tengo que salir cada día más temprano de casa para poder llegar a tiempo al colegio y al trabajo. Un trayecto que cualquier domingo se hace en 11 minutos, con dos paradas incluidas, de lunes a viernes me toma 55, porque los destinos no quedan muy distantes el uno del otro. Soy dichosa. Conozco de personas que tienen que levantarse a las 5:00 a.m. para poder llegar a su trabajo a las 8:00 a.m. viviendo en la misma ciudad.

Casi todo el mundo coincidiría en denominar “tiempo muerto” a las horas que pasamos todas las semanas encerrados en vehículos que, a fuerza de estar encendidos, contaminan el ambiente y crean caos y mal humor, hasta que entendí que a base de tapones podía completar docenas de tareas que de otra manera no podría realizar. Veamos algunas.

• Limpiar la cartera. Si hay algo más desorganizado que el tráfico de la capital, es la cartera de una mujer. Los tapones son el mejor tiempo para botar vouchers viejos, encontrar la tarjeta que estabas buscando, darte cuenta de que se te estaba venciendo una factura que metiste en la cartera dizque para que no se te olvidara...

• Responder mensajes de texto. Si usted es como yo, seguro que pertenece a un montón de grupos virtuales conectados al móvil: de la escuela de los hijos, del grupo de oración, de su promoción del colegio cuchumil años atrás. Como sabe que no son urgentes, deja el “ponerse al día” con los grupos para cuando le sobre algo de tiempo. En el tapón no hay mejor momento en el día para leer 2,366 mensajes atrasados que incluyen oraciones, amenazas de juntadera, avisos de fallecimientos, nacimientos y bautizos.

• Terminar de maquillarse. Los hombres no entienden cómo una mujer puede delinearse las cejas y pasar los cambios del vehículo. Me dan mucha pena. Las pocas horas en la mañana antes de salir para los colegios dan para echar boches, bañarse por costumbre y desayunar por necesidad, aunque el orden pueda intercambiarse. En mis horas de tapones he coincidido con cientos de mujeres que se van soltando las anchoítas, delineándose los labios, maquillándose hasta con base y haciéndose selfies cuando todo está listo. Y si no da el tiempo para terminar, solo hay que esperar al próximo semáforo para seguir con la crema de las manos y el retoque de uñas.

• Llamar a la casa y dejar las instrucciones. Saliste y no dejaste dicho que había que comprar el botellón de agua, que dejaste ablandando habichuelas, que al perro hay que bañarlo y que parece que el inodoro se tapó. Tampoco dio el tiempo para irlo voceando camino al carro o la parada, por lo que aprovechas dos minutos para disparar instrucciones al que esté al otro lado del teléfono y a quien se le descarga la responsabilidad de estas “simples” instrucciones.

• Orar. Mucha gente me dice que es el mejor momento para hablar con Dios. Cuando educas tu mente para desconectarte de la bulla del tráfico y no prestas atención a los vendedores y limpiavidrios, sacas el espacio para poner el día y tus planes en las manos del Señor; para pedirle protección y gracia; para dar gracias por las bendiciones recibidas. Y con música de alabanza a todo volumen, llegan de mejor ánimo al trabajo.

Los ejemplos anteriores quedan cortos y evidencian todo lo que puede hacerse mientras el tiempo pasa y se detiene. Y es que los tapones nos retardan o nos ayudan a vivir. Es, simplemente, cuestión de perspectiva.

Ilustración: Ramón L. Sandoval