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América Latina vota por orden: el giro es de urgencia y no ideológico

La victoria de José Antonio Kast en Chile es un reflejo de esta transición regional

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América Latina vota por orden: el giro es de urgencia y no ideológico
El presidente electo de Chile, el ultraderechista José Antonio Kast, pronuncia un discurso en Santiago (Chile). La victoria de Kast refleja la tendencia en América Latina por la estabilidad, la seguridad y la gobernabilidad. (EFE/ ELVIS GONZÁLEZ)

La victoria electoral de José Antonio Kast en Chile trasciende el hecho puntual y adquiere alcance regional. No se trata de un episodio aislado ni de un simple cambio de signo político.

El país que hace pocos años encarnó la rebelión contra el orden establecido, con estallido social y un ambicioso intento de refundación institucional, ha optado ahora por replegarse hacia la estabilidad, la seguridad y la gobernabilidad.

La reacción al desorden y a la incertidumbre ha sido nítida. El temor a perder el control pesó más que la promesa de transformación. Chile giró por fatiga social antes que por entusiasmo ideológico.

En ese marco, conviene situar el contenido simbólico y programático del triunfo de Kast, calificado de ultraderechista. Su énfasis en la mano dura contra el crimen y la migración irregular, la reivindicación del orden y una retórica cercana a tradiciones conservadoras más rígidas generaron rechazo en amplios sectores, pero también le dieron la victoria.

Kast logró convertirse en el rostro visible de un clima más amplio: una sociedad polarizada, donde el deseo de seguridad convive con el temor a retrocesos democráticos. Chile, en suma, marca el compás de una región que empieza a votar menos por proyectos y más por contención.

Otros casos

Ese mismo cansancio se percibe con claridad en Honduras, uno de los escenarios electorales más reveladores del momento latinoamericano. La llegada de Xiomara Castro simbolizó una ruptura con el pasado, pero el entusiasmo inicial se erosionó con rapidez frente a una realidad implacable: inseguridad persistente, fragilidad fiscal y un Estado de capacidades limitadas.

Sea cual sea el vencedor del próximo proceso, todo apunta a una gobernanza conservadora en la práctica, aunque varíe el discurso. Cuando el desencanto llega tan pronto, el electorado busca orden antes que épica.

Los casos recientes ayudan a leer con mayor nitidez el resto del mapa regional. En Argentina, el triunfo de Javier Milei fue presentado como una revolución ideológica; en esencia, fue un voto desesperado contra el colapso económico.

Inflación crónica, empobrecimiento acelerado y profunda desconfianza en la dirigencia tradicional empujaron a la sociedad hacia una opción extrema. Es una derecha de emergencia, surgida del hartazgo ciudadano más que de una tradición liberal sólida y doctrinaria.

En Ecuador, el miedo resultó decisivo para la llegada de Daniel Noboa. El avance del narcotráfico, la violencia carcelaria y la pérdida de control territorial reordenaron por completo las prioridades públicas.

La seguridad desplazó cualquier debate programático. Cuando la violencia organiza la vida cotidiana, la ideología pasa a segundo plano y la política se vuelve instrumental.

Panamá, fiel a su pragmatismo, se mueve en una lógica similar, aunque menos estridente. El electorado privilegia perfiles de gestión, estabilidad fiscal y previsibilidad institucional tras años de desgaste de las élites tradicionales. No hay fervor ideológico, sino cálculo.

Bolivia muestra un giro aún latente. No ha vivido un vuelco electoral claro, pero sí una fatiga social creciente con el modelo dominante y una polarización persistente que erosiona consensos. El malestar no se ha traducido en alternancia, pero está incubado, a la espera de una coyuntura que lo canalice.

El Salvador y el reto

El caso de El Salvador completa el cuadro y plantea el dilema más profundo. Nayib Bukele no encaja en las categorías clásicas de derecha o izquierda. Su liderazgo se explica por una promesa cumplida: recuperar el control territorial y reducir drásticamente la violencia.

Es un poder personalista, autoritario en los métodos y eficaz en los resultados visibles. Su legitimidad no proviene de una doctrina, sino de haber respondido a una urgencia existencial. Bukele es el espejo incómodo de la región: demuestra que el orden puede devolver tranquilidad, pero también que el precio institucional puede ser alto.

Visto en conjunto, el patrón es claro. América Latina no vota en bloque por la derecha; vota contra la frustración. Inflación, inseguridad, migración desordenada, servicios públicos deficientes y Estados capturados por la ineficiencia o la corrupción han agotado la paciencia ciudadana.

En ese contexto, ganan terreno las ofertas que prometen orden, control y rapidez, sean de derecha, de centro o abiertamente autoritarias.

Perú y Colombia afrontan elecciones en abril y mayo próximos. En el primero, las prioridades son seguridad, empleo e inflación, no proyectos ideológicos.

En el segundo, el desgaste del gobierno de Gustavo Petro, percepción de fracaso en seguridad, dificultades para implementar reformas y sensación de improvisación, favorece discursos de mano dura, tradicionalmente asociados a la derecha.

Más que un giro ideológico, la región vive un momento de urgencia política. El desafío pendiente es demostrar que se puede gobernar con eficacia sin sacrificar la democracia. Mientras eso no ocurra, América Latina seguirá oscilando, no por convicción, sino por cansancio.

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