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Día de Duarte
Día de Duarte

Sobre la fundación de La Trinitaria

La muerte natural del capitán D. Javier Miura, que era de la gendarmería, dio ocasión para que el general Carrié, que te acordarás era gobernador de Santo Domingo, cometiera una arbitrariedad en perjuicio de Wenceslao Concha; y esto me llenó de indignación. Tenía el capitán anexo el cargo de habilitado del cuerpo, y Carrié, para favorecer a su propio hijo, llamado Samí, lo trasladó del regimiento 31, en que servía con el cargo de furriel, al cuerpo de gendarmes, y elevándolo en grado, lo nombró y postergó a Wenceslao.

Ese día y el siguiente me los pasé escribiendo con letra disfrazada contra el gobierno, sin concretar caso alguno, pero concitando a la revolución. Por la noche regué por la ciudad furtivamente mis autógrafos, que a la mañana produjeron un efecto alarmante, y mucho calentamiento de mi parte. La forma que llevaban era: El Dominicano Español. Los haitianos para vilipendiarnos nos llamaban así: foutre espagnol.

Al ver, pues, el efecto producido por mis pasquines, continué escribiéndolos, porque bien se comprende que no es posible la existencia de la sociedad sin medios de comunicación, sean legítimos o ilegítimos. Corresponde al gobierno hacer que estos medios sean siempre legales; pero es muy peligroso para los propios gobiernos condenar a los pueblos al mutismo. No era posible valerme de los medios de que disponen los países civilizados para hacer oposición a los desmanes del gobierno y autoridades: no teníamos periódicos en Santo Domingo, que son la válvula de seguridad por donde se desahoga el exceso de vapor para impedir que la máquina social reviente y cause graves desgracias.

El Dominicano Español se solicitaba y se leía con gran interés y se copiaba y se hacía circular por otros campos y poblaciones como San Cristóbal, Baní, Azua; y encontró también un impugnador en otra hoja que con el nombre de La Chicharra se hacía publicar impresa, circunstancia que descubría a su autor, mejor dicho, autora, pues allí sabíamos que una señora poseía una imprentita, que utilizaba en imprimir las décimas pidiendo ramos, luces y banderas, requisitos indispensable en las fiestas anuales que cada barrio dedicaba a sus respectivos patronos.

Encontrábame un domingo en la afanosa producción de mis pasquines cuando llegó a casa de mi amigo Juan Pablo Duarte y me preguntó:

–Qué es eso, no sales hoy?

–No, díjele, estoy muy ocupado.

–Y qué escribes?

–Toma y lee, le dije alargándole un ejemplar.

–Acabaras! Con que eras tú? Caramba! Pues voy a ayudarte.

En seguida comenzó a copiar. Por la noche, por cierto muy lluviosa, salimos a repartirlos y como desde entonces ya eramos dos los amanuences, nuestra publicación era más numerosa y más nutrida.

Un día llegó y su semblante me revelaba algo más que la ordinaria alegría con que se saludan diariamente los amigos. Su mirada y su sonrisa eran tales, que al mismo tiempo que excitaron mi curiosidad, no me dieron lugar a formular la pregunta.

–Qué te pasa? Iba yo a decirle, en el instante mismo en que él exclamó: Chico, un gran pensamiento tengo que comunicarte. Dejemos por hoy la escritura y escucha. Nada hacemos, querido amigo, con estar excitando al pueblo y conformarnos con esa disposición, sin hacerla servir para un fin positivo, práctico y trascendental. Entre los dominicanos y los haitianos no es posible una fusión. Yo admiro al pueblo haitiano desde el momento en que, recorriendo las páginas de su historia, lo encuentro luchando desesperadamente contra poderes excesivamente superiores, y veo como los vence y como sale de la triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente. Le reconozco poseedor de dos virtudes eminentes, el amor a la libertad y el valor; pero los dominicanos que en tantas ocasiones han vertido gloriosamente su sangre, lo habrán hecho sólo para sellar la afrenta de que en premio de sus sacrificios le otorguen sus dominadores la gracia de besarles la mano? No más humillación! No más vergüenza! Si los españoles tienen su monarquía española, y Francia la suya francesa; si hasta los haitianos han constituido la República Haitiana, por qué han de estar los dominicanos sometidos, ya a la Francia, ya a España, ya a los mismos haitianos, sin pensar en construirse como los demás? No, mil veces! No más dominación! Viva la República Dominicana!

Y al decir esto lo vi como transfigurado; sus ojos azules, de mirar sereno, le centelleaban; su tez suave, teñida de ordinario por las rosas, en aquel momento parecía deberle su color a la amapola; sus labios finos, donde de continuo una dulce y cariñosa sonrisa revelaba la bondad e ingenuidad de aquella alma noble e inmaculada, veíalos convulsos agitando el negro y espeso bigote que a la vez que formaba contraste agradable con su dorada y poco poblada cabellera, al dilatar la longitud de su frente daba majestad a su fisonomía. Con el pecho erguido, adelantando el paso, acompañando la acción con la mano derecha como si terminara una arenga concitadora ante el pueblo, repitió: Fuera toda dominación! Viva la libertad! Viva la República Dominicana!

–Si querido amigo, oye mi plan. En vez de continuar excitando al pueblo como hasta aquí. Es menester formar una sociedad secreta revolucionaria: todo lo tengo meditado.

–Esta sociedad se llamará La Trinitaria, porque se compondrá de nueve miembros fundadores, que formarán bajo juramento una base triple de tres miembros cada una. Estos nueve individuos tendrán un nombre particular cada uno, del que solo usará en casos especiales, el cual nadie conocerá excepto los nueve fundadores. Habrá toques de comunicación que significarán confianza, sospecha, afirmación, negación; de modo que al llamar un trinitario a otro que está en su cama, ya este sabrá por el número y manera de los toques, si debe o no responder, si corre o no peligro, etc. Por medio de un alfabeto criptológico se ocultará todo lo que conviene guardar secreto.

La existencia de esta sociedad será igualmente secreto inviolable para todo el que no sea trinitario, aunque sea adepto.

El trinitario estará obligado a hacer propaganda constantemente y ganar prosélitos; así es que éstos, sin asistir a juntas, que son siempre imprudentes, sin conocer de la conjuración más que aquel que a ella lo induce, no podrá en caso de delación comprometer más que a uno de los nueve, quedando los otros para continuar trabajando...

En fin, el tiempo se nos pasó en hablar del proyecto y modo de realizarlo. Al día siguiente tenía Duarte organizada la idea con tanta prolijidad y con tanta previsión, que bien se conocía que el proyecto bullía en su cabeza desde mucho tiempo; entonces me expliqué esas distracciones habituales en que caía y de las cuales se reponía mediante una sonrisa llena de satisfacción. He aquí, me dijo, sacando varios papeles de su bolsillo: estas son nueve copias del alfabeto, una para cada trinitario, y el nombre que a cada uno le he atribuido para procurar, hacer más difícil un compromiso personal aun cuando llegaran a descubrirse éstos y a descifrarse la clave. No es prudente escribir plan: por ahora basta el juramento.

En nuestras confidencias revolucionarias no habían entrado más que los nueve que habíamos de construir La Trinitaria, todos los que, avisándonos mutuamente, nos encontramos reunidos el día 16 (julio) de 1838, en la casa de Juan Isidro Pérez, pues con motivo de ser día de Nuestra Señora del Carmen y estar la casa en la plaza de la iglesia de este nombre, en donde, según costumbre tradicional afluía mucha gente, como en todo barrio con motivo de las fiestas, nuestra reunión no podía ser sospechosa: bien que, en obsequio de la verdad, debo decir que los dominicanos jamás tuvimos coartada la libertad de reunirnos, ni este hecho inspiraba recelo en el gobierno. Comenzaba en este instante a salir la procesión. Feliz augurio! Nuestra sociedad se instalaba entre música, profusión de cohetes, repiques de campanas y esa alegría característica de nuestro pueblo, que da vida aun en las cosas inanimadas; las paredes de las casas cubiertas de cortinas, las puertas y ventanas adornadas con banderas, las calles sembradas de ramos, el suelo regado de flores...

Conclúyese la procesión de la Virgen a quien se habían tributado tantos obsequios, y nosotros permanecíamos en el mismo lugar, sin dar treguas al entusiasmo de que nos hallábamos poseídos, figurándonos erigida ya la República y el país disfrutando de todos los beneficios que afianzarán una dicha de que jamás ha disfrutado.

Propuso Duarte la creación de un fondo al que todos contribuiríamos, cada cual en proporción de sus facultades pecuniarias, y la proposición fue aceptada, produciendo la suscripción ciento y tantos pesos que, dijo, van a trabajar en la casa de mi padre desde ahora mismo.

La casa de D. Juan Duarte estaba situada en La Atarazana, frente a la muralla, al lado de la antigua Aduana, y se dedicaba había ya muchos años al negocio de ferretería, motonería, cordelería y artículos de este género. Su antiguo crédito y el no tener competidor, la buena dirección de Juan Pablo y la cooperación de su hermano Vicente, que de continuo en la costa estaba dedicado a la compra de caoba, campeche, mora y guayacán, les proporcionaba realizar ganancias tan lucrativas como frecuentes. El fondo de La Trinitaria entraba libre de todo gasto, a acrecentarse con beneficios seguros, rápidos y no pocos considerables, puesto que se acumulaban al capital.

Amigos míos, dijo Duarte después de un largo rato de abstracción: unidos aquí con el propósito de ratificar el que habíamos concebido de conspirar y hacer que el pueblo se subleve contra el gobierno haitiano a fin de constituirnos en estado libre e independiente con el nombre de República Dominicana, vamos a dejar empeñado nuestro honor y vamos a dejar comprometida nuestra vida. La situación en que nos coloquemos será muy grave, y tanto más cuanto que en entrando ya en este camino, retroceder será imposible. Pero ahora, en este momento hay tiempo todavía de rehuir toda clase de compromiso. Por tanto, si alguno quisiere separarse y abandonar la causa noble de la libertad de nuestra patria querida…

–No! – No! Yo no me separo.- Ni yo!- Ni yo!

Estas palabras en confuso tropel interrumpieron el discurso de mi amigo, quien luego continuó diciendo: Pues bien; hagamos ante Dios este juramento irrevocable. Y desdoblando el pliego que lo contenía, del cual a cada uno dio su copia criptográfica, lo leyó con voz llena, clara y despacio al terminar lo signó, y todos lo leyeron de mismo y lo signaron.

Las nueve cruces correspondían, según el orden a los nombres siguientes:

Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Pérez. Juan Nepomuceno Ravelo. Félix Ruiz. Benito González. Jacinto de la Concha. Pedro Pina. Felipe Alfau. José María Serra.

Cuando signó el último, con el pliego abierto en la izquierda y señalando las cruces con la diestra, dijo Duarte: “No es la cruz el signo del padecimiento; es el símbolo de la redención. Queda bajo su égida, constituida La Trinitaria, y cada uno de sus nueve socios obligados a reconstituirla, mientras exista uno, hasta cumplir el voto que hacemos de redimir la Patria del poder de los haitianos”.

Concluida la sesión cada cual emprendió sin descuidarse su obra de propagación…

Uno de los medios de que se echó mano fue el teatro; este se llenaba de bote en bote en ciertas representaciones escogidas de intento, y la exaltación del espíritu público era tal en ocasiones, que llegó a llamar la atención del gobernador, quien una noche hizo subir al escenario a un ayudante, suyo, para pedir la pieza que se representaba y ver si en ella era cierto que estaban escritas estas palabras: “me quiere llevar el diablo cada vez que me piden pan y me lo piden en francés”. Esa invectiva contra los franceses no era supuesta: estaba en efecto escrita en la comedia, y el general Carrié se dio por satisfecho. El teatro español abunda de piezas en que el espíritu de nacionalidad, excitado por la guerra que le llevó el genio invasor de Napoleón, no omite ocasión de zaherir y ridiculizar en la escena a los franceses. Martínez de la Rosa pone esta terrible hipérbole en boca de uno de sus personajes que refiere a otro los insultos con que se había desahogado:-“Y no le dijiste francés? -Ah! No.- Las injurias no llegaron hasta ese grado. “La coincidencia de hablar nosotros el español y los haitianos el francés, establecía ante los ojos del pueblo tan estrecha relación, que cuanto los poetas españoles proferían en contra de los franceses, otro tanto refería éste a los haitianos, aplaudiéndolo con entusiasmo increíble. Ningún temor de persecución nos inspiraban estos arranques populares, en cuanto a la acción espontánea del gobierno; pero no dejaban de inspirarnos recelo la sugestión que procediera de parte de los haitianizados. En todas partes existen hombres que se distinguen y no por la virtud del amor a su país, sino por la ficción de este amor para tener oculto el de su medro particular. A estos les debió Santo Domingo la pérdida de lo único que quedaba de su acreditada Universidad, en donde brillaron varones tales como los Núñez, los Portes, Moscosos, González, Medranos y otros y otros que la tradición nos conserva con orgullo.

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