No hablemos de nocauts
Senasa, una caída que exige algo más que gestos
El viejo dilema del vaso —si está medio lleno o medio vacío— dista de frivolidad retórica. En política, declara carácter. Hay gobiernos que, ante el tropiezo, se parapetan en la excusa; otros hacen del golpe una escuela. Solo estos últimos entienden que el fracaso se administra con decisiones, no gestos.
Senasa es una caída. Dolorosa. Engañosa, y por eso mismo reveladora. No se trata de un error de gestión o de una torpeza administrativa, sino de algo más inquietante: la sevicia que puede incubarse en estructuras públicas cuando la vigilancia se relaja y la ética se asume.
El presidente fue traicionado. No hay por qué negarlo. En política, como en la vida, lo decisivo no es el golpe sino la respuesta, que no puede ser cosmética. No bastan comunicados, ni relevos apresurados, ni la liturgia del "se están tomando medidas". La sociedad —cada vez más atenta, cada vez menos indulgente— exige señales claras de que el aprendizaje fue real y no una frase de manual
Sorprender positivamente es ahora la obligación. En este caso, significa ir más allá del expediente. Significa auditar sin complacencias, transparentar sin regateos, sancionar sin cálculos y reformar sin miedo. Significa demostrar que el poder no protege al error, sino que lo corrige; que no encubre la falla, sino que la convierte en punto de inflexión.
El vaso puede estar medio lleno. Pero no por decreto. Se llena con pasos firmes, con coherencia entre el discurso y la acción, con la certeza de que nadie está por encima del interés público. Esta administración debe asumir el golpe como aprendizaje y volver al ruedo con nuevos bríos. El episodio de Senasa no es una mancha definitiva, debe ser una prueba superada.
En política, al final, el vaso no se mira: se llena actuando.

Aníbal de Castro