La bitácora del maestro: Crónicas constitucionales desde el aula pública (Clase 14, final)
Vivir sin miedo: la Constitución como refugio y horizonte

Hay momentos en el aula que no se olvidan. Instantes en los que una pregunta —aparentemente simple— abre una grieta luminosa en la conciencia de quienes la escuchan. Esta semana, en el Centro de Excelencia República de Colombia, en el corazón del sector Luperón, uno de los estudiantes levantó la mano y me dijo con una franqueza que me estremeció: "Profe, ¿y de verdad la Constitución puede ayudarnos a vivir sin miedo?" No hablaba de miedo abstracto. Hablaba del miedo que sienten muchos jóvenes cuando cruzan un barrio, esperan un carro público o regresan de la escuela al caer la tarde. Ese miedo cotidiano que erosiona el alma democrática de un país.
La Constitución Dominicana, en su Artículo 40, es clara: toda persona tiene derecho a la libertad y a la seguridad personal; nadie puede ser molestado, perseguido o violentado sin las garantías del debido proceso. Sin embargo, la distancia entre la letra constitucional y la vida diaria sigue siendo grande. Según datos recientes del Banco Mundial, más del 47 % de los jóvenes latinoamericanos expresa temor frecuente al desplazarse por sus comunidades. No son cifras frías: son vidas interrumpidas por la ansiedad, la desconfianza y la fragilidad de los entornos.
En ese momento recordé la advertencia de Hannah Arendt, quien dijo que el miedo es uno de los mayores adversarios de la libertad, porque reduce el horizonte de lo posible. Y comprendí —una vez más— que enseñar la Constitución es también enseñar a reducir ese miedo. No desde la teoría, sino desde la construcción viva de una ciudadanía que toma conciencia de sus derechos y de su capacidad de organización. Por eso iniciamos la sesión invitándolos a identificar situaciones que les generan inseguridad y a pensar, juntos, cómo podrían transformarlas.
La escena que siguió fue profundamente reveladora: grupos de jóvenes mapeando riesgos, elaborando acuerdos de convivencia, diseñando pequeñas iniciativas de apoyo mutuo y proponiendo "caminos seguros", redes de acompañamiento escolar y mecanismos comunitarios de alerta temprana. Lo que comenzó como un ejercicio pedagógico terminó mostrando una verdad institucional: cuando un país educa en derechos, la ciudadanía se convierte en aliada natural de la seguridad democrática.
La seguridad, lo repetimos varias veces en clase, no es un favor del Estado, ni una concesión de las autoridades. Es una promesa constitucional que garantiza que cada persona pueda vivir, estudiar, trabajar y amar sin temor. Y es también un indicador de justicia: donde el miedo gobierna, la democracia se marchita; donde la justicia se fortalece, el miedo retrocede. Una sociedad organizada —desde la escuela hasta la junta de vecinos, desde el aula hasta el territorio— es una sociedad más difícil de intimidar y más fácil de proteger.
En un momento, una estudiante que había permanecido callada nos regaló una frase que resume el espíritu de esta iniciativa: "Profe, es que cuando uno conoce sus derechos, uno se para diferente." Y tenía razón. La Constitución no solo orienta la vida institucional: también transforma la postura de quien la aprende. Produce dignidad. Genera voz. Activa esperanza. Ese es el corazón del programa Constitución Viva para Todos y Todas: lograr que el país entero se pare diferente.
Porque vivir sin miedo no es un lujo. Es un derecho.
Y cuando la Constitución deja de ser un libro distante y se convierte en herramienta cotidiana, algo cambia en la mirada, en la comunidad, en la vida de las personas. Un joven que conoce sus libertades y entiende su poder organizativo es un joven menos vulnerable a la violencia, menos manipulable por la desesperanza y menos aislado por el temor.
Al cerrar la clase, mientras ellos guardaban sus cuadernos, me quedé mirando la pizarra donde escribieron —con sus propias palabras— lo que esperan para su barrio y para su país. Pensé entonces que la verdadera seguridad quizá comience así: con ciudadanos que no delegan su futuro, con jóvenes que se reconocen en su dignidad y con un Estado que escucha —de verdad— lo que estas voces están diciendo.
Vivir sin miedo es posible.
Y empieza —siempre— cuando el país se parece a su Constitución.






Pablo Ulloa