Cuando la seguridad se aprende en voz alta (Clase 15)
Crónicas constitucionales desde el Centro Educativo República de Colombia, Luperón

Hay palabras que solo adquieren sentido cuando se pronuncian sin miedo. Seguridad, por ejemplo. Justicia. Libertad. Durante años las repetimos como consignas abstractas, como conceptos lejanos reservados a los discursos oficiales o a los informes técnicos. Pero basta entrar a un aula —no a cualquier aula, sino a una de esas donde los estudiantes se sientan frente a una computadora que comparte espacio con sueños, preguntas y una dignidad todavía en construcción— para entender que la seguridad verdadera comienza cuando alguien puede hablar sin bajar la voz.
En el Centro Educativo República de Colombia, en el sector de Luperón, la clase no empezó con una definición jurídica ni con una advertencia solemne. Empezó con una pregunta sencilla y desarmante: ¿qué significa vivir sin miedo? No era una pregunta retórica. Era una invitación. Y cuando se invita con honestidad, los jóvenes responden con una lucidez que a veces incomoda a los adultos.
La Constitución Dominicana es clara. El artículo 40 reconoce la libertad y seguridad personal como fundamentos del orden democrático. El artículo 49 protege la libertad de expresión. El artículo 22 consagra los derechos de la ciudadanía, no como privilegios otorgados, sino como condiciones mínimas para una vida digna. Sin embargo, el desafío no está en citarlos —eso es relativamente fácil— sino en lograr que esos artículos respiren, que se vuelvan experiencia vivida, que dejen de ser texto y se conviertan en práctica cotidiana.
Eso fue lo que ocurrió en esta Clase 15 de Constitución Viva para Todos y Todas. Cuando los estudiantes leyeron en voz alta, cuando debatieron escenas de injusticia inspiradas en Los Miserables, cuando dramatizaron conflictos reales que exigen respuestas institucionales y éticas, la seguridad dejó de ser sinónimo de fuerza y comenzó a parecerse más a confianza. Confianza en que el Estado escucha. Confianza en que la ley protege. Confianza en que la palabra no será castigada.
No es casual que estas conversaciones ocurran en aulas públicas. La escuela es, quizás, el primer espacio donde el Estado se presenta ante el ciudadano sin uniforme ni sirena. Allí se decide mucho más de lo que creemos: se decide si la autoridad se percibe como amenaza o como respaldo; si la norma se entiende como castigo o como pacto; si la democracia se vive como trámite o como responsabilidad compartida.
Los datos acompañan esta intuición. Según la Encuesta Nacional de Cultura Democrática (OECD, 2023), los jóvenes que reciben educación cívica práctica —no meramente memorística— muestran mayores niveles de confianza institucional y menor tolerancia a la violencia como forma de resolución de conflictos. No es un asunto ideológico. Es evidencia.
Por eso insistimos en Constitución Viva para Todos y Todas. Porque enseñar derechos sin contexto es tan ineficaz como exigir respeto sin escucha. Porque un estudiante que comprende que la seguridad personal no se opone a la libertad, sino que la garantiza, es un ciudadano menos propenso al miedo y más dispuesto al diálogo. Porque un joven que aprende a protestar pacíficamente, a exigir justicia sin violencia, a reconocer la dignidad del otro, está mejor preparado para cuidar la democracia que cualquier consigna vacía.
Al final de la clase, alguien dijo algo que no estaba en la agenda. "Profe, cuando uno entiende sus derechos, se le quita un poco el miedo". Esa frase —dicha sin micrófono, sin cálculo, sin pretensión— resume mejor que cualquier editorial el sentido de esta experiencia. El miedo retrocede cuando el conocimiento avanza. Y la seguridad auténtica nace cuando la dignidad se enseña, se practica y se comparte.
Educar en derechos no es un lujo pedagógico. Es una política de seguridad democrática. Es sembrar futuro. Es apostar a un país donde la ley no se impone a gritos, sino que se aprende en voz alta, en aulas como esta, donde la Constitución deja de ser un libro cerrado y se convierte en una conversación viva sobre el bien común.
Porque al final, vivir sin miedo no es vivir sin conflictos. Es vivir con reglas justas, con instituciones que responden y con ciudadanos que saben —y se atreven— a ejercer sus derechos. Esa es la lección de la Clase 15, desde Luperón. Y es una lección que vale la pena repetir.







Pablo Ulloa