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Corrupción
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Aquella luna de miel

La luna de miel de Leonel Fernández con el electorado no fue breve. Al contrario, duró muchos años y de él llegó a decir un analista que era “el presidente teflón” porque “no se le pegaban” las “indelicadezas” (entonces se usaba mucho ese término) de sus funcionarios.

Después las cosas cambiaron. No de golpe, poco a poco. Primero, y antes de que se constatara que algunos de sus funcionarios habían perdido el sentido del pudor y de la mesura, el desafecto nacía por las cosas que el presidente Fernández elegía NO hacer.

El caudal de apoyo, de votos y de poder real que tenía era tan grande que no se entendía que no lo aprovechara para acometer las reformas necesarias. Era el presidente del recambio generacional, el que se suponía que entendía el mundo y el poder de otra forma. Era el que había sustituido a los caudillos tradicionales y que contaba con todo un país a su lado para encauzar las cosas.

No lo hizo. Y ahí empezó el desapego.

Después, sus funcionarios contribuyeron con una eficacia digna de admiración a que las cosas se torcieran definitivamente para la imagen de Fernández.

No luchar contra la corrupción, mirar para otro lado, proteger a los funcionarios cuestionados terminó por asociar su gestión a lo que y a quien ya sabemos.

La corrupción y el nepotismo no admiten términos medios. Permitirlos es fomentarlos. No combatirlos acaba con cualquier luna de miel porque unos se hacen ricos empobreciendo a los demás y alguien debe responder.

IAizpun@diariolibre.com

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