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Consumidor o ciudadano

Decía recientemente José Mujica, el expresidente uruguayo, que es más fácil crear un consumidor que un ciudadano y tiene toda la razón.

Para ser un consumidor no se necesita sacrificio. Basta con tener unos ingresos o ser un mago en el uso de las tarjetas de crédito, para darse algunos gustos (no se trata de satisfacer necesidades, aunque así es que lo venden), o vivir una vida por encima de las posibilidades.

Ser un ciudadano es asumir ciertos sacrificios, pequeños la mayoría, grandes y decisivos, algunos otros.

Porque ser ciudadano es aceptar las inevitables “obligaciones de la vida en sociedad”, que imponen el respeto a los demás y a sus derechos. Por eso, hago fila, no tiro basura en la calle, respeto las leyes y las señales de tránsito, pago mis impuestos... y esas son las más pequeñas.

Las duras vienen de dar crianza responsable a los hijos, de tomar acciones políticas correctas, de no dejarnos radicalizar, sino tratar de estar siempre al fiel de la balanza vital y enfrentar la injusticia y la ilegalidad de manera firme y decidida.

Esto lo convertirá en un ser “pesado” para los irresponsables, radicales y anarquistas, pero es el precio que hay que pagar por vivir en libertad, libre de amenazas y de una falsa democracia que insiste en mantenernos como súbditos y no como ciudadanos.

Ser consumidor es la cosa más fácil del mundo: solo hay que dejarse llevar por el cuerpo, por la publicidad o la moda. Ser ciudadano es duro, difícil, pero extremadamente satisfactorio espiritualmente.

El ciudadano es libre, el consumidor es esclavo. Esa es la gran diferencia.

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