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Crecer o no crecer...

Son nuestros hijos y los queremos muchísimo. (Incondicionalmente la mayor parte del tiempo...) Pero deberíamos aprovechar este fin de año para enterrar la idea de que los millenials son unos jovencitos sorprendentes. Les haremos un favor.

Son adultos. Son señores ya casados, madres, trabajadores, empresarios... O han seguido otros caminos, porque muchos además han tenido la libertad de elegir cómo quieren vivir. Hasta los más jóvenes del grupo, los que nacieron al borde del año 2000, son ya mayores de edad. Los que inauguraron el segmento (suponiendo que una generación tenga límites tan firmes) ya pasan de los treinta. Millenial no es sinónimo de joven promesa, aunque algún Peter Pan despistado insista en creerlo.

Los millenials han sido una generación abusada por el mercadeo del capitalismo más agresivo. Han crecido oyendo lo especialísimos, rompedores, libres, originales e independientes que son, además de que iban a salvar el mundo. (Por tanto... merecen tenerlo todo.)

Han sido minuciosamente descritos, diseccionados y no a posteriori, como otros grupos etarios. Han sido analizados hasta el aburrimiento en tiempo real y se les ha empujado a pensar sobre su excepcionalidad a todos los niveles.

No es fácil hacerse adulto en un mundo tan volátil oyendo que se tienen todas las virtudes imaginadas. Ellos lo han logrado; han sobrevivido a tanto gurú. Para su descanso ya hay otra generación a la que los tiburones han echado el ojo. La generación Z, según los estudiosos, supera en todo a sus antecesores, esos amortizados millenials.

Es grandioso tenerlos cerca ya como adultos. Descubriendo que (¡oh sorpresa!) los problemas fundamentales de la existencia humana son los mismos para todos.

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