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De un mundo raro

Muchos piensan que el que paga sus impuestos, cumple con la ley y “se porta bien”, no es dominicano.

Esta presunción podrá ser parte del yo disminuido que afecta a muchos de nosotros, del complejo de Guacanagarix o de cualquiera de las taras que han hecho residencia en esta tierra, ya sea a consecuencia de nuestro devenir histórico o a la condición de isla siempre amenazada.

La realidad es que vivir como un buen ciudadano garantiza muy poco en nuestro país.

Si pagas la energía eléctrica a tiempo, eso no garantiza que habrá servicio. Si vives en un barrio y eres un ciudadano ejemplar, a la policía le importa poco. Basta con que ocurra un incidente y que la mala suerte coloque al individuo cerca, para que inmediatamente pase a la categoría de “delincuente”, y hay que saber que la gente buena de los barrios sí distingue a los ciudadanos de las manzanas podridas.

Pero los ejemplos pueden multiplicarse: el que hace cola, es raro, para no usar la palabra que comienza con “p”; el que no se “come” la luz roja, también es raro, en fin, el que trata de jugar de acuerdo con las reglas establecidas por la ley, es una anomalía porque contraviene las reglas impuestas por una sociedad anómica donde la fuerza económica o política se mide por la capacidad de violar las leyes.

En verdad, si queremos levantar el país al que todos aspiramos, tenemos que convertir a los que vienen “de un mundo raro”, como dice la vieja canción, en los ciudadanos admirados por todos.

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