Globalización y valores (y 3)

Es inútil pelearse con la globalización. Su impacto nos llega de cualquier manera y por todas las vías. Lo que tenemos que hacer, como personas y como país, es apropiarnos de unos valores que nos hagan ser jugadores exitosos en ese torneo global.

Por ejemplo, la globalización impone la calidad de los productos y la eficiencia en su producción. El capitalista global no tiene amores ni es ciudadano de país alguno. Produce donde le vaya mejor, es decir, donde la eficiencia de la producción le produzca más beneficios.

En ese sentido, cualquier país que quiera insertarse con éxito en la economía global tiene que basarse en valores colectivos como el respeto a la ley, la honestidad, la calidad de servicio y la institucionalidad.

Estos valores, a su vez, se reflejan a nivel personal en la confiabilidad, la responsabilidad y la eficiencia, el trabajo en equipo, la cooperación y el respeto.

Y en el campo social se manifiestan en mayor tolerancia y el apego a la verdad, entre otros.

Alguien dirá que muchos de estos valores son anteriores a la era global, lo cual es cierto, pero ahora adquieren un matiz diferente. No teníamos que ser eficientes cuando no competíamos con el mundo y nos importaba poco la institucionalidad hasta que ello comenzó a afectar las inversiones y la vida comunitaria.

Esos valores y otros adquieren una dimensión enorme frente a los desafíos que enfrentamos en la era de la globalización, junto a una mejor educación humanística y técnica y el desarrollo de modelos de organización en los aspectos indispensables de la vida moderna.

La globalización requiere de valores. Nuestro deber como personas y como sociedad, es aportar los que sean apropiados para nuestro desarrollo armónico y progresivo.

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Adriano Miguel Tejada