La vieja y la nueva política
Las elecciones dominicanas son torneos de machos, de matones del oeste norteamericano que no dejan pasar una y que son prestos a desenfundar sus cachafuces llenos de amenazas e insultos.
Muchas veces, esas amenazas y provocaciones han creado las condiciones para que los partidarios ignaros se vayan a las manos con su saldo de muertos y heridos, muertos que no se pagan porque solo son “muertos de campaña”.
Los discursos son incendiarios, quizás para esconder la carencia de ideas. El propósito es tocar el lado animal de la gente, no su cerebro, para que reaccionen sus instintos primarios y se sientan protegidos por el nuevo macho alfa de la manada.
Esa es una de las razones por las que aquí no se debate. Quienes apoyan un debate “de ideas” generalmente son los candidatos que están abajo en el favor del electorado. La excusa más socorrida de los candidatos principales es que no acuden a debatir porque “no van a arriesgar su ventaja”, o cualquier otro argumento que reduzca la estatura del contrincante.
Tenemos la esperanza de que se produzca una renovación del liderazgo partidario y que líderes más jóvenes y, por tanto, educados en otra cultura más propensa a la tolerancia, al diálogo y la concertación, provoquen un cambio radical en la forma de accionar en política.
Y que, al mismo tiempo, el agotamiento del modelo parroquial y violento permita que se tomen las decisiones cruciales que permitan el funcionamiento de las instituciones, la igualdad ante la ley y el respeto pleno de las libertades.