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Redes Sociales

Matar al mensajero

Matar al mensajero es la salida de los débiles.

En esta semana los periodistas y el derecho a la información de todos han pasado por episodios difíciles tanto en Venezuela -se ha cerrado El Nacional, uno de los pocos, si no el único periódico opositor que quedaba- como en Nicaragua, donde fueron ocupados los locales de la revista digital Confidencial y los programas de televisión Esta Semana y Esta Noche, críticos de Ortega y dirigidos por el periodista Carlos Fernando Chamorro.

En otras latitudes, como protesta y homenaje a los periodistas perseguidos o asesinados este año, la revista Time dedicó su portada anual de reconocimiento al Personaje del Año al periodista Yamal Kashoggi, asesinado por la dictadura de Arabia Saudí y a otros profesionales, víctimas de historias de censura, agresión o amenaza.

No hace falta llegar a esos extremos para tapar errores propios o culpar de los ajenos... a la comunicación. Al mensajero. El “problema”, entienden algunos, no es lo que ocurre sino que se sepa lo que ocurre. Todavía la opinión pública es una presión que los poderosos resienten, aunque esta opinión sea en ocasiones apasionada o sesgada.

Matar al mensajero no funciona nunca. Puede ocasionar problemas, demorar las soluciones, sembrar las dudas y provocar equívocos peligrosos, pero la fuerza de la comunicación y del periodismo es esa: al final, la verdad siempre sale a relucir porque habrá otro periodista que continúe ese trabajo (en Venezuela, aquí, en Nicaragua o Arabia Saudí).

Matar al mensajero no es más que una estrategia fallida que perjudica al que apretó el gatillo. Y todo se enturbia más o se revela con el poder multiplicador de las redes sociales. Este campo de batalla, que todavía es difuso e incontrolable, multiplica los escenarios, las interpretaciones y los efectos. Para bien y para mal.

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