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¡No es la educación!: Es la pobreza

En este país la culpa de todo lo que nos pasa se le echa a la educación, olvidando que, en la mayoría de los casos, la educación es el subproducto de un mal mayor: la pobreza.

La pobreza ancestral de nuestro pueblo ha sido la causa condicionante de numerosas actitudes de nuestra gente. Desde la sumisión a los caudillos para poder sobrevivir, hasta dejar de enviar los hijos a la escuela para que nos ayudaran a conseguir la comida del día.

La familia que se muda a la orilla de los ríos, no lo hace por falta de educación. Se muda a orillas del río porque necesita agua para suplir sus necesidades, porque la tierra no le cuesta y porque el río se lleva hasta su basura, entre otras razones “económicas”.

A consecuencia de esa pobreza, la familia, al priorizar otras necesidades sobre la educación, repite la cadena de pobreza. “El analfabeto pare analfabeto” es una verdad a medias en la medida en que las condiciones materiales de existencia de esa persona la “obligan” a reproducir su pobreza en un círculo vicioso maldito.

Si es cierto que toda inversión en la educación se justifica, los logros más profundos serán posibles cuando se convenza a las familias pobres de que la educación es el camino más expedito para salir de su condición.

Para que se pueda lograr, hay que crear empleos, pues en el empleo, el pobre se dará cuenta de la necesidad del conocimiento para avanzar en el trabajo, y apoyará a sus hijos en el esfuerzo educativo. Los programas sociales son un refuerzo importante, pero lo básico son políticas públicas que fomenten el empleo al mismo tiempo que la educación. Ambos propósitos deben correr parejo y no ser, como ahora, antagónicos para el pobre.

atejada@diariolibre.com

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