Rendir o rendirse
Es siempre un escenario propicio para el conferenciante. Con sus mejores trajes y mirando furtivamente al monitor para saber si la televisión les enfoca, los funcionarios se aprestan a interrumpir a su jefe cada cinco minutos. Los aplausos son espontáneos pero alineados.
Siempre ha sido así, no son solo los peledeístas los que vitorean a su jefe.
El discurso es largo y detalla hasta el céntimo (como si alguien estuviera pendiente de esas kilométricas cifras) los gastos de las obras conocidas y de las desconocidas. El presidente Balaguer lo hacía así porque desdeñaba su ceguera y los demás han mantenido el hábito. Los altos cargos de las iglesias aplauden circunspectos y asienten con solemnidad. Los embajadores ponen cara de póker, su deber es ser neutrales aunque no lo sean y asentir si el presidente toca algún tema que sus delegaciones han monitoreado.
Es la despedida de Danilo Medina como el presidente de la República que rinde cuentas a las cámaras legislativas. Este año, el del 27 de febrero es un acto de doble, triple interpretación. Escucharemos sus palabras, leeremos su lenguaje corporal y sobre todo el de los funcionarios. Servirá para medir también el pulso a sus oponentes: la agresividad de sus declaraciones, el alarmismo de sus advertencias. La ira de unos, la desfachatez de otros. Veremos quién busca cámara para que el capitán vea que no ha cambiado de bando y quién se esfuerza en que se sepa que lo ha hecho.
Si los ciudadanos están viviendo tiempos agitados, la clase política navega aguas turbulentas. Unos en el Congreso, otros en el trabucazo.
Hoy es un día para entender mejor lo que está ocurriendo porque no es lo mismo rendir que rendirse.