Terapia de grupo
Haití y la reforma fiscal ameritan un discurso presidencial. Si en foros internacionales se habla de dar respuesta coordinada a la tragedia haitiana es porque el problema ha dejado de ser “un asunto dominicano” y ha llegado a sus respectivas fronteras.
El combustible subvencionado aquí por el Gobierno y vendido a los consumidores haitianos en las bombas de la frontera es un problema para cuadrar los precios en esta crisis mundial de los costos de los combustibles.
Haití es para República Dominicana un problema de seguridad nacional y un problema económico de ida y vuelta. Ya se sabe que cerrar la frontera no es una solución viable porque los dos países necesitan el comercio. Pero es que tampoco es factible... ¡porque ni siquiera hay cómo hacerlo!
La reforma fiscal ya se ha atragantado, con las excéntricas posturas de los legisladores. Si no acostumbraran a vender sus exoneraciones, hace mucho que el tema habría dejado de sonar. Pero el uso y abuso que han hecho de este privilegio lo hace tan inadmisible como el “Barrilito” de los senadores.
Ahora se han enfadado los inquilinos de la Cámara Baja con los de la Cámara Alta; don Eduardo y don Alfredo van a tener que hablar mucho. Ese desacuerdo augura otros veinte años de largas al Código Penal, una presión extra a los planes del Gobierno y un rosario de incomodidades al resto de las fuerzas vivas. Sus señorías están enfadadas con el Ejecutivo, con la sociedad civil, la prensa, las AFP, los industriales, el Ministerio Público...
(Quizá debieran plantearse que el problema son ellos y no TODOS los demás).