¿Y la censura?

Es una pregunta muy frecuente. ¿Hay censura, sienten los periodistas la presión del gobierno? No directamente. ¿Y de tu director o de los dueños del medio? Tampoco. ¿Ni una llamada? Ni una llamada.

¿Y qué me dices de la autocensura?, preguntan. Y ese sí es un tema complicado, al que dar una respuesta clara no es tan fácil. ¿Es autocensura callarse algo porque callando se saca un beneficio personal directo? No, eso no es autocensura. Eso es hacer negocios.

¿Es autocensura no mirar hacia una particular dirección? Puede ser autocensura o puede ser directamente una toma de posición. El periodismo debe ser veraz, pero no es necesariamente imparcial. No es objetivo 100 % porque ya la elección del tema y la elección de un ángulo para tratar ese tema implican una opinión. Una toma de partido.

Hay otra autocensura. La que ejerce la uniformidad del pensamiento. La que ejercen los grupos sociales, cada vez más acusadores y extremistas.

Es difícil hacer críticas públicas al feminismo actual. O hablar abiertamente a favor de Israel. Prohibido llamar dictador a Fidel Castro o criticar a Lula si no está dispuesto a soportar torvas miradas. Tampoco es fácil disentir de la ideología de género sin ser inmediatamente desacreditado. O defender a la iglesia católica. O declararse ateo. O decir que los partidos pequeños simplemente no tienen votos. O recelar de las oenegés, cuestionar a los sindicatos y colegios profesionales...

La autocensura -aquí, hoy- va más en esa línea. En callarse para no desentonar en una sociedad que exige la uniformidad. (Trate de decir que le parece bien que una mujer elija no trabajar fuera de casa y le borrarán de la mayoría de los grupos de WhatsApp...)

IAizpun@diariolibre.com

Inés Aizpún