Lo que bien amas permanece, el resto es escoria
El novelista profesional investiga, recoge los cuerpos del delito, enlaza, recapitula, para luego encubrir, desperdigar, quebrantar, empotrar y convocar la narración a fin de que cumpla el propósito que desea y que, muchas veces, la página –o la pantalla- en blanco, transforma.
La novela es un campo minado. Hay esquemas, técnicas, guías, que luego parecen reventar cuando la historia que se narra se encauza por otros meandros. Hay muchas formas de enfrentar la narración cuyo suceso y su ficción pueden permanecer años instalados en nuestras seseras sin que sepamos como disuadir la “realidad” que se enseñorea interiormente y se resiste a salir de su escondite, a fin de que podamos transmitir lo que nos viene contando de forma sensible o insensata. Tal su fortaleza y su flaqueza.
El novelista profesional investiga, recoge los cuerpos del delito, enlaza, recapitula, para luego encubrir, desperdigar, quebrantar, empotrar y convocar la narración a fin de que cumpla el propósito que desea y que, muchas veces, la página –o la pantalla- en blanco, transforma. El novelista intelectual puede cumplir el mismo desafío y atender las mismas reglas generales, pero tenderá a establecer un horizonte diferente a su narración, va a invertir la encomienda del relato y se internará por sus intersticios para dejar que fluya el nudo que su mente en ebullición busca desatar reclamando que salga a flote la “realidad” que le invade y que intentará ajustar al reto que asume.
Manuel Núñez, notable ensayista y académico de la lengua, es un novelista intelectual. No es el novelar su oficio. Pero, acaba de iniciarse en la novela con una narración que no puede dejar indiferente a un buen lector, sobre todo al lector especializado, pues se trata de una novela culta –un término que no es de nuestro gusto utilizar-, que, sin dudas, emplaza a quien la aborda a recrearse en la historia que narra. La suya es la biografía del gran poeta norteamericano Ezra Pound. Y, sobre todo, del Pound fascista, antisemita, que es encarcelado por sus proclamas radiales durante la guerra. La novela adquiere pues tintes ideológicos, necesarios sin dudas ante la confrontación del pensar del poeta y la diatriba que genera su conducta política.
El poeta de Idaho es considerado traidor a su patria, a la espera de juicio para mostrar los errores que podrían llevarlo al fusilamiento o a la cadena perpetua. Un grupo importante deseaba que se le aplicase la pena capital. Lo llevarán al sanatorio de Saint Elizabeth, próximo a Washington, donde conviven siete mil enfermos. Ambula solitario en el hospital que le sirve de celda, alma descarriada y sin destino (“...enterrado en su propio silencio, imagina que es nadie. Se siente ingrávido, invisible, es un fantasma”). Ha defendido a Mussolini, en el momento en que Estados Unidos enfrentaba al líder italiano y a Hitler. Se ha dejado embaucar del discurso del Duce, sus arengas a favor de los descamisados y contra la burguesía, los curas, los aristócratas (“En esa época la poesía era una guerra entre la luz y la mugre”). Pound no había respaldado solo a Mussolini. Otros intelectuales, como sucede en todas las dictaduras, habían manifestado su simpatía con el líder de los camisas negras: el poeta Gabrielle D’Annunzio, el dramaturgo Luigi Pirandello, el poeta Marinetti, el científico Guillermo Marconi. El poeta Ezra Pound fue más lejos que ellos y aprobó las persecuciones contra los judíos al tiempo que enarbolaba con fanatismo la bandera fascista (“Ha comprometido su poesía con la sombría energía del fascismo”). Los sobrevivientes del holocausto están dispuestos a declarar en la corte en contra del poeta.
Cuando cae preso, listo para ser sancionado severamente por la justicia, sus amigos poetas salen en su defensa. Ernest Hemingway, apoyado por los poetas Robert Frost y William Carlos Williams, lo declara loco (“Hemingway ha dicho que Pound no da pie con bola. Que ha perdido el pedal. Que no logra hilvanar los razonamientos”). A la defensa se unen T. S. Elliot, E.E. Cummings, William Butler Yeats, Thomas Mann, Pier Paolo Pasolini. La rebelión de los poetas lo arranca de las garras de la muerte. Poco a poco se convierte en una distinción social visitar a Pound al presidio. Marshall McLuhan, Thornton Wilder, Elizabeth Bishop, Katherine Ann Porter, Juan Ramón Jiménez, Allen Ginsberg, figuran entre los visitantes que le admiraban y que entendían que Pound sólo se había equivocado de bando. Las visitas se convierten en una auténtica romería lírica. Acuden poetas, cineastas, ensayistas, novelistas, políticos, poetas jóvenes a quienes aconsejaba y ellos le llamaban maestro. El sanatorio de Saint Elizabeth se transforma en una meca de escritores. El poeta que en la comuna genovesa de Rapallo, en Italia, había realizado tertulias movidas con Benedetto Croce, Pablo Neruda, Giovanni Papini, Céline, Santayana y Salvador Dalí, entre otros tantos, disfrutaba ahora de veladas carcelarias con sus amigos y seguidores de su obra.
En el presidio donde espera la muerte o la libertad, Ezra Pound sufre una eclosión de creatividad y allí escribe algunos de sus grandes textos. Sometido a pruebas siquiátricas, una enfermera conquistada por él se entera de que le practicarán una lobotomía. Era una intervención común, entonces, en personas con padecimientos mentales. En la mayoría de los casos complicaba la vida del enfermo que terminaba convertido prácticamente en un zombi. El futuro presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, acude a las entrevistas preliminares sobre los efectos de la lobotomía que, en el caso de una hermana suya, había sido un absoluto fracaso, un asesinato pleno. Otros presentan igualmente sus negativas experiencias con familiares. Pound se salva de esta operación.
Hemingway vuelve al ataque y “ante las marejadas humanas que se derramaban todos los meses en Saint Elizabeth”, reclama públicamente su libertad: “Pound se enamoró y defendió ideas equivocadas. Nunca creí que estuviere en su sano juicio cuando hizo las transmisiones en Radio Roma defendiendo al fascismo y a Mussolini…Nunca vi a nadie que pusiese tanto interés por la obra de los demás. Sobre todo, cuando se creía estar ante un gran descubrimiento. Tal como acaeció con Eliot y Joyce. La libertad de Pound no entraña ningún riesgo a la sociedad. Debe ser libertado y ser devuelto a Italia, donde se le aprecia y se le quiere”. Tras esas declaraciones de Hemingway se soltaron las amarras: un comité de los más eminentes escritores de su tiempo, entre ellos varios premios Nobel y Pulitzer, fue constituido para pedir la liberación del poeta. T. S. Elliot, cuyo libro La tierra baldía había sido corregido y casi reescrito por Pound, declara a la prensa al ganar el Nobel que “la voz más alta de la poesía estadounidense se halla enclaustrada en un manicomio de la ciudad de Washington”. Robert Frost asumió el liderazgo de la campaña, a la que se unieron los poetas Archibald Macleish y Carl Sandburg. Hasta el entonces secretario general de las Naciones Unidas, el sueco Dag Hammarskjold se unió a la petición de libertad. Se movieron todos los resortes –con Dorothy Pound, esposa del agraviado, a la cabeza- sin que las autoridades se dieran por enteradas. Finalmente, el 18 de abril de 1958, luego de 13 años de encierro, declarado mentalmente incompetente y con 72 años de edad, el poeta Ezra Pound fue dejado libre. Nunca fue condenado por juzgado alguno.
Manuel Núñez ha biografiado los vaivenes vitales de este gran poeta. Ha construido una narración eficaz, bien documentada –como corresponde al novelista intelectual- y, a su vez, ha levantado los arietes de la ficción desde la realidad que narra con soltura, dominio de la palabra y de la técnica novelística. La suya es, hasta donde alcanzamos a recordar, la primera novela dominicana dedicada exclusivamente a biografiar a un escritor extranjero, obra extraña y hasta exótica en el granero literario nuestro. Por eso, sustentamos que puede ser una novela que salte el charco, que haga el crossover hacia otras latitudes. Corregir algunas repeticiones de frases y párrafos, ordenamiento de diálogos, ligerísimos retoques, y esta novela, merecedora de un reconocimiento lectorial sin medias tintas, podría viajar y llegar a editoriales de prestigio internacional.
Ezra Pound, sus desaciertos y su grandeza, están retratados aquí con fidelidad y buena vibra narrativa. Los atributos del último juglar, del brillante sordello, no fueron diezmados con su apresamiento. Él lo escribió en uno de sus célebres cantares: “Lo que amas permanece,/ El resto no es nada./ Lo que amas no te será arrebatado./ Lo que amas es tu verdadera herencia”.
- EL ÚLTIMO SORDELLO
Manuel Núñez Letragráfica, 2021 269 págs. Seleccionado como uno de los mejores libros del año recién pasado, esta novela exige la atención de los lectores. Estamos frente a una obra que merece respeto y reconocimiento.
- CANTARES COMPLETOS
Ezra Pound Cátedra, 1994 Dos tomos, 1,725 págs. La edición más completa de los Cantos de Pound. Un total de 117 secciones escritas a lo largo de medio siglo de continuo trabajo.
- PATRIA MÍA
Ezra Pound Tusquets, 1971 75 págs. El primer libro que adquirí y leí del gran poeta. Publicado en 1950. Un comentario intuitivo sobre el estancamiento de EE. UU. en la primera mitad del siglo XX.
- EL FASCISMO DE LOS ANTIFASCISTAS
Pier Paolo Pasolini Galaxia Gutenberg, 2021 99 págs. El escritor y director de cine, que entrevistó a Pound en la cárcel, recoge en este libro algunos de sus textos sobre el fascismo, muy propios para el mundo actual.
- LOS DÍAS ALCIONIOS
Manuel Núñez Universidad Apec, 2011 748 págs. Voluminoso e iluminador ensayo que oferta un amplio paseo por el paisaje de las ideas en la República Dominicana, bajo el sello personal que ha caracterizado la obra de este relevante autor.